EL DESEO DE CREER EN LA ATLÁNTIDA

Juan Carlos García Santos

Como es de dominio común, los textos básicos para creer en la existencia de la Atlántida son estos dos diálogos de Platón (428-347 a. C.) que expresan una historia que habría recogido Critias, discípulo de Sócrates, quien transmitía en realidad la contada por sacerdotes egipcios al legislador ateniense Solón. Platón en realidad presenta la existencia de una isla ubicada cerca de las Columnas de Hércules donde se situaría una confederación de estados dirigidos por una estirpe de origen semidivino, Poseidón (dios griego del mar) es progenitor de Atlantis y de sus nueve hermanos. Atlantis, rey de la zona central de la isla donde se sitúa una montaña rodeada de anillos de agua, y sus descendientes, eran preeminentes en el consejo formado por la confederación de los reyes de los diez estados. 

En la isla se muestran rasgos propios del mundo clásico como la construcción de una acrópolis y la existencia de una sociedad ideal según la perspectiva política de Platón. Por ello no es extraño que sea Solón, legislador y político considerado padre de la democracia  ateniense, quien esté encargado de darnos a conocer esta historia. Siguiendo con este hilo argumental que refleja la ideología propia de la Grecia clásica se relaciona con un castigo divino el final de la Atlántida; castigo propiciado por la política expansionista y tendente a la tiranía que se había dado en aquella tierra y por tanto contraria a la situación ideal que se había presentado al comienzo del relato.

El relato es asumido

Lo cierto es que en la Antigüedad la única fuente que originalmente presenta la existencia de la Atlántida son los diálogos de Platón escritos ya a inicios del siglo IV a. C. como el Timeo (escrito en su vejez, muestra ideas de Platón sobre las ciencias naturales y la cosmología) y el Critias o la Atlántida (que presenta una clara unión con el anterior y que expone ideas relacionadas con los libros sobre la República y el siguiente diálogo escrito por este autor, Leyes). Pero Platón es un autor de peso en el mundo clásico: es discípulo de Sócrates y a su vez maestro de Aristóteles; por ello, Posidonio (c. 135-51 a. C.)  recoge la información sobre la Atlántida y otro autor griego, pero ligado al Imperio Romano, Estrabón (63 a. C. 19 d. C.), mantiene su opinión de que el relato sobre la Atlántida no sea ficción. Plinio

  el Viejo (23-79 d. C.), atendiendo a esta creencia, presenta la idea de que si la historia es cierta debió haber existido una gran masa de tierra en el Atlántico, toda vez que en el mundo romano está plenamente asumida la creencia de que las Columnas de Hércules están en el Estrecho de Gibraltar y la Atlántida se situaba, según el relato, más allá de este lugar. Proclo (410-485), ocho siglos después, afirma que Crantor (filósofo de la academia platónica) había visto las estelas que narraban esta historia en Egipto en el siglo III a. C. Al final de la Edad Antigua se ha asumido la posible existencia del continente perdido de la Atlántida y la veracidad de esta historia.

Tras el paréntesis del medioevo resurge el interés por el continente perdido a la par que el estudio de los textos clásicos; a los mitos irreales como los de la Tierra del Preste Juan o la existencia de seres como los Esciápodos le sustituye ahora el dato revestido de objetividad sobre un continente desaparecido del que ya hablaba Platón. Si el interés por el mundo clásico de los humanistas resucitó la Atlántida, no tuvo menos trascendencia el dar a conocer en Europa la existencia de un nuevo continente, real y no desaparecido, a partir del viaje hacia Asia propiciado por la Corona de Castilla y dirigido por Colón. De hecho Francisco López de Gomara en se Historia General de Indias  (1552) afirmaba que este marino estaba influido por la leyenda de la Atlántida cuando se proponía realizar este viaje. Sin embargo, la idea original de Platón se mantiene entre los humanistas de los siglos XV y XVI y se identifica la existencia de aquel continente con un estado en el que se plasma la organización deseada para las repúblicas  que se pudieran crear en la Europa de la época. Un buen ejemplo de esto se reconoce en la obra de Francis Bacon, The New Atlantis, publicada ya en 1616  y que presenta un mundo utópico basado en la razón y el progreso de la ciencia.

El contexto del mundo contemporáneo

Como no podía ser de otra manera, uno de los primeros autores en presentar a la Atlántida en el siglo XIX es Julio Verne, que en el capítulo IX de Veinte mil leguas de viaje submarino narra el encuentro con los supervivientes del continente perdido. Desde el siglo XVIII e inicios del XIX el antiguo Egipto se conoce con mayor profundidad tras las campañas napoleónicas y la trascripción de los textos de la Piedra Roseta y las imponentes pirámides construidas en el imperio antiguo llamaron la atención de los eruditos de Europa y América. De esta forma, Egipto se tiene en cuenta ahora para indagar sobre el mundo perdido de la Atlántida, tanto por ser el lugar de origen de su historia, según Platón, como por la semejanza de las construcciones piramidales egipci

s y de Centroamérica. El primero en difundir esta teoría es el congresista norteamericano Ignatius Donnelly en la obra de 1883 Atlantis: the Antediluvian World. Enmarcada en las corrientes difusionistas de la época, proponía que estos monumentos no eran sino el reflejo de una cultura superior con centro en un continente desaparecido en medio del Océano Atlántico. A partir de esta noción presentada por Donnelly, se desarrollaron, desde finales del siglo XIX y durante el siglo XX, distintas teorías esotéricas relacionadas con la Atlántida de las que participan incluso los nazis. Culminan las mismas con la predicción de 1940 de Edgar Cayce que en 1968 reaparecería el continente perdido de la Atlántida, predicción que fue ratificada cuando en 1969 se encontraron formaciones geológicas submarinas junto a la isla de Bimini frente a las costas de Florida que podrían ser creaciones humanas y que aún hoy son fuente de debate.

Por otro lado, se intenta ratificar la posibilidad de la existencia real de la Atlántida identificándola  con mundos antiguos ya conocidos por textos y restos arqueológicos; así, K. T. Frost  inicia esta corriente en 1913 identificando Creta con la civilización perdida. Después se mantendrá esta misma idea al relacionarla con Tartessos por Adolf Schulten, arqueólogo alemán que desarrolló diferentes investigaciones en la Península Ibérica, en 1922. El mundo tartésico, sin embargo, se ha identificado con una cultura definida como orientalizante, configurada por la influencia de pueblos procedentes del Mediterráneo oriental como los fenicios que, comerciando con los nativos  en el suroeste de la Península, propician cambios en la organización de estos pueblos dando lugar a la existencia de régulos como Argantonios, citado por Herodoto, y restos arqueológicos como los del palacio de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) o joyas como las del tesoro del Carambolo (Sevilla).

Fuera de este contexto se identifica la Atlántida con las islas Canarias, Azores, Madeira o Cabo Verde, el norte de África, el mar de Azov o Iberoamérica. No obstante, es la idea de Frost la que se va a mantener y en 1938 el arqueólogo griego Spyridon Marinatos relaciona el final de la Atlántida con la erupción del volcán de la Isla de Tera hacia el 1400 a. C. El sismólogo Angelos Galanopoulos, en 1960, retoma esta noción relacionándola con los textos de Platón y se asienta la idea cuando participa de la misma el submarista Jacques Cousteau.

Pinceladas del panorama actual

Éstos son parte de los hitos que marcan nuestras creencias en el continente perdido, pero los textos escritos y en Internet sobre el tema se cuentan por miles. En el Estado español hay dos zonas que llaman la atención para su localización. De un lado, las Islas Canarias, situadas más allá del Estrecho de Gibraltar (Columnas de Hércules), se identifican por su formación volcánica y situación en el Océano Atlántico con lo descrito en los textos de Platón; el catedrático de Filología de la Universidad de La Laguna, Marcos Martínez, ha incluido un curso monográfico sobre la Atlántida recientemente. De otro, la zona próxima al Estrecho de Gibraltar con la conexión entre Tartessos y Atlántida.

Es lógico que muchos estudios vayan en este sentido, teniendo en cuenta la asunción general de que las Columnas de Hércules se sitúan en este estrecho; también los arqueólogos han intentado encontrar la ubicación de la ciudad de Tartessos en Huelva o en las marismas de la desembocadura del Guadalquivir. En esta década el geólogo especializado en el Cuaternario Jacques Collina-Gillard (del CNRS francés) identifica un archipiélago sumergido en las aguas del Estrecho hace 9000 años. A esto se une la noticia sobre restos sumergidos a dos kilómetros de Chipiona donde se ha descubierto por submarinistas aficionados una alineación de muros. Aunque según el arqueólogo Raúl Mansalvas se necesita una investigación fotográfica más precisa y el material constructivo y ruedas de molino está fuera de contexto, no se puede determinar claramente, por lo tanto, su procedencia. No obstante, el arqueólogo aficionado Georgeos Díaz-Montexano, interesado en resolver el misterio de la Atlántida y basándose en el estudio de textos como el de Claudio Eliano escrito hacia el 200 d. C., dirige una expedición para investigar en esta zona.

También hay otras actuaciones en marcha en el Estrecho como la de un equipo anglo-francés que utiliza un submarino y un sumergible manejable por control remoto, si bien en este caso no se considera el mito de la Atlántida como una historia real sino relacionada con el hábitat en cuevas sumergido por la transgresión marina al final de la edad del hielo, según el director comercial de la expedición Jaime McCallum. Por último, en la página web de la BBC News http://news.bbc.co.uk/ aparecían imágenes de satélite de la Marisma de Hinojos, cerca de la ciudad de Cádiz, donde pueden observarse dos estructuras rectangulares y restos de varios anillos concéntricos. Según el investigador Rainer Kühne, cuando los textos de Platón se refieren a una isla, en realidad lo hacen para referirse una zona del sur de España destruida por una inundación entre el 800 y 500 a. C. y las estructuras de la imagen podrían ser parte del templo dedicado a Poseidón. El interés por la Atlántida se mantiene hasta el punto de que en noviembre de este año 2008 se celebrará un congreso centrado en las hipótesis sobre la Atlántida en Atenas.

Nuestra creencia en el continente perdido de la Atlántida y sus consecuencias

La teoría de la deriva continental ha sido asumida plenamente y se ha detectado una línea de contacto entre placas tectónicas en el centro del Océano Atlántico que deja claro que no podía haber existido una masa continental en esa parte del mundo. Pero, a pesar de esto, el interés por el continente perdido está muy vivo y se puede estructurar desde tres puntos de vista. En primer lugar, se mantiene su búsqueda empleando cada vez mejores medios, desde los satélites a los batiscafos, propiciando el hallazgo de diferentes estructuras bajo las aguas desde el Estrecho al Japón pasando por el mítico Camino de Bimini frente a Florida y junto al Triángulo de las Bermudas.  En segundo lugar, las creencias esotéricas beben del mito buscando conexiones con extraterrestres, reinterpretando el mundo del antiguo Egipto o propiciando nuevas creencias. Por último, se mantiene la idea original de Platón, Atlántida y utópica organización social y política se identifican y sirve aquel mundo perdido de referente para mejorar el nuestro.

Las consecuencias de esto son positivas si lo valoramos objetivamente. Obviamente, todo esto tiene un componente negativo, el de incentivar la pseudociencia y sus equívocas valoraciones, pero, sin embargo, la indagación de los fondos marinos propiciada por el interés en encontrar la Atlántida está dando visibles resultados como los de los hallazgos en el Estrecho de Gibraltar y la creencia en ese mundo perfecto y utópico que da lugar al intento de crear nuevas estructuras políticas y sociales en nuestro mundo que lo hagan más justo e igualitario. 

Por otra parte, no deja de mantenerse el misterio. El hallazgo de restos arqueológicos bajo la superficie marina genera la curiosidad por conocer las profundidades, incentivando de forma indirecta la investigación científica seria que, sin embargo, según obtiene resultados, rompe con el halo mágico que siempre propició el mundo de la Atlántida.

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