EL ENIGMA DE LOS TERRORES DEL AÑO MIL

José Guadalajara

couverture-dossier-fin-du-monde-1024x640El miedo al Apocalipsis y a la llegada del Anticristo fueron durante muchos siglos dos constantes que sacudieron el imaginario colectivo. La Edad Media, en este sentido, conoció toda suerte de visionarios, profetas y adivinos que auguraron, sobre todo en periodos de crisis, un inminente final.

Precisamente, en relación con este supuesto, aún hoy perdura una creencia entre personas de cierta formación cultural, o incluso escasa, que, cada vez que oyen hablar del año mil, se les viene de inmediato a la cabeza un tiempo de terrores medievales y de grandes catástrofes. Se percibe así con claridad que la difusión de esta creencia ha sobrepasado el espacio de la literatura y la historia y se ha convertido en un tópico de raigambre oral, asumido, no obstante, sin mucho fundamento.

¿Qué motivo es el que impulsa esta falsa verdad? Y uso esta paradoja –un oxímoron para ser más exactos- porque es cierto que se trata de una “falsa verdad”, ya que quienes la asumen la toman como un hecho evidente e indiscutible, como una idea que han oído en algún sitio y que, no siendo real, sin embargo, es para ellos una verdad indubitable, como puede serlo la de “Colón descubrió América” o “García Márquez escribió Cien años de soledad”, por ejemplo.

Aunque ya traté de este asunto en un artículo publicado hace doce años en la revista Historia 16 y que puede consultarse ahora en esta misma Página –botón Artículos bajo el encabezado-, quiero abordarlo de nuevo en esta sección bajo otro punto de vista.

Parece evidente que las “cifras redondas” ejercen cierta fascinación en el ser humano y son motivo de rememoraciones, recuerdos y festejos. Nadie lo duda. El carácter cíclico está anclado en la propia naturaleza, y el mito del eterno retorno –evocó el título de un libro célebre de Mircea Eliade- es una constante en todas las civilizaciones. A nadie le pasa desapercibido que el número mil no es ajeno a esa mitificación y que, desde el capítulo 20.7-8 del Apocalipsis, ha trascendido a la cultura occidental con un peso muy notable. En él se refiere que un ángel, que porta en una mano la llave del abismo y una cadena en la otra, encadenará a Satanás por mil años y que, una vez transcurridos éstos, lo liberará por breve tiempo. Este pasaje es el responsable de esa creencia en el año mil como fin del mundo y el punto de partida de ese tópico asumido en la actualidad. Así, muchos oyen hablar del año mil y se les representan de inmediato los terrores que sacudieron ese año. No sé por qué –o sí lo sé- muchos ya empiezan a especular ahora con el año 2012, que, según el calendario maya, se corresponde con un fin o con el fin del mundo.

Quiero, sin embargo, deshacer este error. Me refiero al del milenario. Dejemos que el tiempo deshaga el otro.

Art Pin XIV Anonimo La Quinta Trompeta Apocalipsis de Angers_small1En 1873 un historiador benedictino, Don François Plaine, publicó un artículo en el que atacó frontalmente este mito de los horrores. En un rápido repaso al contexto histórico de fines del siglo X encontró que nada posibilitaba la admisión de esta hipótesis. A la misma conclusión llegó en 1952 Henri Focillon en un libro titulado precisamente El año mil. Ni un solo rastro de estos miedos apocalípticos figura en los escritos oficiales ni en los cronistas contemporáneos. Como señala Focillon, nada se encuentra tampoco en más de ciento cincuenta bulas pontificias publicadas en los últimos treinta años del siglo X que pueda hacer presumir un pánico colectivo. De 1976 es un libro de Pierre Riché que se adentra por el mismo camino; de 1979 es un artículo de Eloy Benito Ruano en el que asimismo desmitifica este supuesto y hace un recorrido histórico por su trayectoria; de 1999 es un volumen de Sylvain Gouguenheim, también crítica con el tema de los terrores. Otros muchos historiadores han seguido esta misma línea de pensamiento, dando, por lo tanto, al traste con esa funesta idea de un milenio de espantos.

¿De dónde parte entonces esta creencia en los terrores del milenario? ¿Por qué se ha mantenido hasta la fecha? Algunos investigadores se retrotraen hasta finales del siglo XVIII para verificar su origen y centran su difusión a partir del periodo romántico, muy dado, por su propia esencia, a convertir la Edad Media en un tiempo de sombras y pleno de supersticiones.

Fue un historiador británico, William Robertson, quien en 1769, tomó por auténtica la idea de esos miedos colectivos. Escribe así en un libro de historia muy divulgado entonces: “Corrió la opinión de que los mil años que menciona San Juan en el Apocalipsis habían terminado ya y que era llegado el fin del mundo”. A continuación se refiere, dándolo por cierto sin una demostración convincente, al pánico extendido entre todo el “orbe cristiano”. Posteriormente, historiadores de la primera mitad del siglo XIX incrementaron los efectos anímicos de ese año mil sobre la población europea de aquel tiempo y lo fueron cubriendo con un sensacionalismo que inspiró muy pronto la mente de los literatos.

La literatura, en efecto, se encargó de dar alas a un año mil poblado de miles de fantasmas y temores. La idea cuajó enseguida en géneros tan diferentes como el ensayo, la poesía o la narración que contribuyeron de modo muy efectivo a la difusión de esta creencia. Desde esas páginas la idea se vulgarizó y arraigó como un tópico que ha perdurado hasta nuestros días. Estoy seguro de que muchos de los lectores de este artículo han oído alguna vez hablar del año mil como ese tiempo de horror que vivieron nuestros ingenuos antepasados.

La devaluación de este tópico, sin embargo, no implica que en aquella Edad Media no hubiera momentos de pánico asociados con un posible final de los tiempos. De hecho, como he recordado al principio de este artículo, la profecía apocalíptica siempre tuvo, sobre todo desde el siglo XIII, una fuerte raigambre en la sociedad. Ahí están los famosos Juicios Finales esculpidos en muchos tímpanos de las iglesias románicas (Conques, Moissac, Autum,  Beaulieu…) y góticas (Toledo, León, Toro…) o las pinturas murales que decoraban los ábsides y bóvedas de éstas y que hacían muy presente este acontecimiento. A ello hay que sumar los cientos de escritos en los que han quedado reflejadas las preocupaciones ante la llegada, inminente o lejana, del fin de los tiempos.

Esto no quita que aquel remoto año mil fuera simplemente eso: los mil supuestos años del nacimiento de Jesús, que ni siquiera nació hace mil años, como ya está perfectamente comprobado.

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