EL GATOPARDO

Juan Angulo Serrano

 

imgresAnte la falta de nuevas películas de tema histórico, habrá que recurrir a las efemérides. Este año se cumplen 50 desde el estreno de esta magnífica obra cumbre de uno de los directores más reconocidos del cine europeo del pasado siglo.

Se basa en la novela del mismo título, escrita por Giuseppe Tomasi de Lampedusa, noble italiano venido a menos al final de su vida. Se inspiró en su bisabuelo, Giulio IV de Lampedusa. Fue su única novela. Rechazada por las más importantes editoriales, se publicó en 1958, un año después de su muerte. Resultó un acontecimiento literario mundial. Visconti realizó la película tan solo cinco años más tarde, ya que se sentía identificado con las ideas y pensamientos del aristócrata (él era conde de Modrone), sobre todo en lo concerniente a la decadencia de aquel mundo de lujo, terratenientes y siervos, que iba a ser sustituido por el poder de la burguesía, pero que, como siempre ha ocurrido, no iba a cambiar mucho la situación de los ciudadanos de a pie. La tan manida frase de la novela “para que todo siga igual, es necesario que todo cambie…”, resume el espíritu de Lampedusa, y sigue teniendo plena actualidad. O aquella otra: “La clase media no quiere destruirnos…”.

 Desde entonces, se ha acuñado el concepto político de lampedusismo para referirse a esos momentos históricos (¡tantos!) en los que se forja la apariencia de un cambio revolucionario pero que, en el fondo, la base del sistema no se modifica.

 La acción se desarrolla en el año 1860 en Sicilia, con la invasión de Garibaldi y sus camisas rojas en busca de la reunificación de Italia (el Risorgimento). D. Fabrizio, príncipe de Salina (Burt Lancaster), contempla estos hechos con pesadumbre y nostalgia, previendo la desaparición de su mundo, que va a ser sustituido por otro emergente. Tanto es así que apoya la boda de su sobrino favorito, Alfonso (Alain Delon), con Angélica (Claudia Cardinale), hija de Don Calogero, (Paolo Stoppa), un rico burgués y alcalde del pueblo, porque presume que la unión de ambos mundos será fructífera para él y los suyos, postergando a su propia hija, Concetta (Lucilla Morlacchi), anteriormente comprometida con Alfonso. El príncipe vislumbra que su mundo va a ser gobernado por la alta burguesía y quiere mantener su linaje y evitar su deterioro económico, aún a costa de tener que adaptar sus principios.

 Pero el argumento no es lo más importante. Lo son los profundos y magistrales diálogos, vigentes aún, y la soberbia puesta en escena, la más ambiciosa de Visconti, lo que ya es mucho decir puesto que la segunda etapa de su filmografía lo convirtió en uno de los más afamados creadores de ambiente, solo comparable a Stanley Kubrick. Una opinión mía totalmente aventurada: ¿Hasta qué punto no influyó El Gatopardo en la escenografía de Barry Lindon (1975)? Ambos fueron perfeccionistas patológicos. Al objeto de captar al máximo toda la brillantez de los interiores de los palacios en los que se desarrolla, rueda en Tecnirama (pantalla de 1,15), sistema poco usado, en vez del Cinemascope en boga. Es un lugar común la extraordinaria secuencia del baile, que dura 45 minutos, y que solo genios como él son capaces de realizar. Su rodaje se efectuó en el palacio de Gangi y duró ocho semanas. Entre los extras figuraban verdaderos aristócratas, que prestaron sus vajillas de oro y plata.

 El vestuario es deslumbrante. Como contrapunto aparecen, en fotogramas casi inmóviles, las míseras calles y las pobres gentes que las habitan.

Algo que puede ser coimagesntradictorio para un aristócrata, pero rigurosamente cierto, es que Visconti era marxista. A su entierro asistió Enrico Berlinguer, líder del Partido Comunista italiano, y el propio Presidente de la República, Giovanni Leone.

La música siempre fue algo muy importante para él. Realizó más de veinte montajes de grandes óperas, primordialmente italianas, y tocaba perfectamente el violonchelo. Por eso, para El Gatopardo, buscó al mejor: Nino Rota. Baste decir que fue el compositor de la mayoría de películas de Fellini, incluida Amarcord, y de la mítica de El Padrino.

 Dentro de ese purismo, hizo lo imposible para que Burt Lancaster no la protagonizara. Llegó a decir “que no quería a ese gangster de Hollywood”. Pero tuvo que plegarse ante la productora, ya que el primer actor previsto, Sir Lawrence Olivier, se encontraba enfermo. La recreación que hace del príncipe de Salina es una de las más portentosas de este gran actor, para mí uno de los mejores de todos los tiempos. Su rostro y su figura ocupan gran parte del metraje. Don Luchino quedó tan satisfecho que contó de nuevo con él para su película Confidencias (1974). Volvió a rodar más veces en Italia, componiendo un personaje similar en la obra magna de Bertolucci, Novecento.

A Burt Lancaster le presentaron varios personajes de la nobleza siciliana para que le sirvieran de referencia en la composición del papel del patriarca, pero parece ser que, después de haber tratado con algunos, dijo:” Haré de Visconti. No hay nadie más aristocrático que él. Tengo el modelo que necesito delante de mí”.images

 Alain Delon cumple satisfactoriamente con el personaje del oportunista Tancredi, y Claudia Cardinale aporta su juvenil y exuberante belleza. (La última vez que la vi fue este mismo año en El artista y la modelo, de Fernando Trueba. Además de su gran interpretación, asume sin complejos su edad, y cuesta reconocerla, ya que no parece haberse sometido a ningún retoque estético, como han hecho gran parte de las actrices de su generación).

Las escenas en exteriores son apabullantes, salvo las de la batalla en las calles de Palermo que, hoy, resultan algo pobres. Cuando D. Fabrizio discute con el organista por la manipulación del referéndum recientemente celebrado, la cámara sigue la figura de los actores, pero dejando que se mueva con ellos un paisaje descomunal, que también dialoga.

El título de El Gatopardo se refiere al serval, leopardo jaspeado, que aparece en el escudo de armas de la familia Salina. Dice Don Fabrizio: “Nosotros somos leopardos y leones. Quienes tomarán nuestro lugar serán hienas y chacales, pero los leones, leopardos y ovejas seguiremos considerándonos como la sal de la tierra”.

 La película tiene un final abierto, con los jóvenes comprometidos y felices. Pero la novela, más pesimista, negativa y oscura, transcurre hasta el final de la pareja, cuyo matrimonio, como era de esperar, fue un desastre.

 Toda la filmografía de Luchino Visconti merece ser rescatada. Además de la que nos ocupa, destacaría: Rocco y sus hermanos (1960, neorrealista), La caída de los dioses (1969), Confidencias (1974) y Muerte en Venecia, que hizo conocer al gran público la música de Mahler, al incluir en ella el famoso Adagietto de su 5ª sinfonía.

En definitiva, hay que verla o volver a verla. Por sus imágenes no ha pasado el tiempo. Yo la tengo en un DVD que salía con el periódico El País, con muy buena calidad y una duración de 180 minutos. Me encantaría poder ver la versión íntegra que llega a los 205 minutos

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