THE ARTIST  VS.  LA INVENCIÓN DE HUGO

Juan Angulo Serrano

En estos momentos, al comienzo de la primavera, ambas cintas siguen arrasando en taquilla. La primera, que ya lleva 15 semanas en cartel, obtuvo este premio, y la segunda fue la contrincante con más posibilidades hasta el final. Consiguieron un número similar de estatuillas. La crítica, casi por unanimidad, las ha considerado obras maestras y de lo mejor que se ha visto últimamente. Discrepo, pero con cariño.

Valga que ambas son buenas, pero lo que se ha montado a su alrededor me parece demasiado. ¿Oscar? Cerca del 70% de los académicos tienen más de 50 años y claro, como las dos tratan de los históricos inicios del Cine, les ha podido la nostalgia, el tiempo pasado, el buen rollo y mirarse el ombligo. Creo que, dentro de una década, ninguna de ellas mantendrá este marchamo de imprescindibles.

Hagamos una mención histórica de estos galardones para documentar la decadencia de la que hablo. En los años que van desde 1950 hasta 1962 ocho de las vencedoras se siguen considerando hoy como obras maestras: Eva al desnudo (1950, Joseph L. Mankiewicz); De aquí a la eternidad (1953, Fred Zinneman); La ley del silencio (1954, Elia Kazan); El puente sobre el río Kwai (1957, David Lean); Ben-Hur (1959, William Wyler); El apartamento (1960, Billy Wilder); West Side Story (1961, Robert Wise); Lawrence de Arabia (1962, David Lean). Y descarto hablar sobre aquellas obras maestras que no lo consiguieron o que ni siquiera fueron seleccionadas.

Cincuenta años después, compárense con las premiadas entre 2000 y 2012  (que no voy a indicar por no extenderme, pero que pueden ser consultadas por quien le interese). Salvo un par de ellas, el resto no pasará precisamente a la Historia. Son películas en las que prima su comercialidad y su impacto en taquilla. Que este año hayan sido postergadas totalmente El árbol de la vida (Terence Malik), o Midnight in Paris, (Woody Allen), que solamente consiguió el de mejor guión original, no augura nada bueno sobre el futuro de esta competición, desde el punto de vista de la calidad y de la intemporalidad.

La coincidencia de que ambas recreen la Historia del Cine en sus principios es quizá uno de sus mayores alicientes. The Artist (Michael Hazanavicius…), sin diálogos y en blanco y negro, nos cuenta las vicisitudes de un famoso actor del cine mudo, pero que cae en el ostracismo por la aparición del sonoro. ¿Os suena? Voy a citar sólo tres películas, hay más, que trataron el tema de la caída de un artista de manera magistral y que ya forman parte de la Historia del 7º Arte: El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, l950), Ha nacido una estrella (George Cukor, l954), o Eva al desnudo  (Joseph L. Mankiewicz,  1950). Todas ellas partían de estupendos guiones, cosa que no ocurre con ésta, pues es tan previsible y tópica que las peripecias de los protagonistas no llegan a interesar en ningún momento. Los actores tienen que sobreactuar tal como se hacía en los albores del cine, al no haber diálogos. Eso estaría bien si habláramos de los Oscar de 1929, pero ¡en 2012! ¡Y le dan el premio de interpretación a Jean Dujardin! Hay que hacer notar la sagacidad de los creadores que, al no utilizar ningún idioma, puede optar al premio gordo y no al menor, el de película de habla no inglesa, pues se trata de una producción francesa. Parece que ser que todas estas circunstancias de muda, en blanco y negro y su visión histórica de una época inicial del cine han sido las que han cimentado su éxito. La música y la ambientación son excelentes y las interpretaciones adecuadas, con la salvedad indicada anteriormente.

El último estreno de Scorsese, La invención de Hugo, es su primera incursión en el cine fantástico y para adolescentes. Bastante mejor que la comentada anteriormente, estaría entre sus obras menores, pocas, pues su filmografía es inmejorable. Creo haber leído que la realizó pensando en sus nietos y que, al descubrir las características y posibilidades del cine en 3D, amplió el objetivo de su proyecto. Una gran parte de los que la han visto alaban su utilización de esta tecnología. Poco puedo opinar  puesto que, por una dificultad visual, casi no percibo las tres dimensiones. Es cierto que utiliza una gran profundidad de campo, sobre todo en las tomas de París desde la torre del reloj.

Narra la etapa final de la vida de Georges Méliès, ya arruinado, y regentando una tienda de juguetes en la estación de trenes de Montparnasse (así fue en la vida real). La aparición de Hugo, el niño del título, le hace replantearse su futuro y los recuerdos de su pasado, gracias también a un autómata que creía perdido y que construyó en su juventud.

Ben Kingsley recrea, con su solvencia habitual, a este mago del cine que revolucionó la técnica, el montaje y fue el precursor de los efectos especiales y del cine como espectáculo. No puedo decir lo mismo de los dos adolescentes, sobre los que recae el mayor peso de la película. Buenísimos, guapísimos, valientes e inteligentes, me resultaron repipis y hasta cargantes. La puesta en escena es espectacular, sobre todo la recreación del interior del reloj y de la estación. El jefe de ésta, el siempre histriónico Sacha Baron Cohen, brega con un personaje distorsionado, que no parece tener nada que ver con el perfil de los demás.

 En definitiva, una buena cinta para adolescentes, amantes del 3D o para espíritus nostálgicos.

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