APRENDICES DE BRUJO (I)

Julián Moral

En esta ocasión quiero reflexionar y centrar la atención sobre tres actividades que han obsesionado al ser humano ya desde el principio de los tiempos y por las que han luchado, matado e investigado con ahínco y determinación, y que están fuertemente relacionadas en algunas de las variables que  las conforman y determinan.

De las tres, una de ellas data prácticamente de la noche de los tiempos y está en perpetuo y continuo desarrollo, particularmente en la medida en que la necesidad de lo que persigue e investiga se deja sentir en la actividad humana. Otra, igualmente, es de vasta longevidad, aunque sometida a periódicas apariciones/desapariciones cual viejo Guadiana, quizá debido a su mayor carga de idealismo o entelequia o a la pérdida de relevancia relativa del objeto que esta segunda actividad a la que me refiero trata de conseguir. La tercera, la más moderna, aunque está en buena medida dentro o como parte de los objetivos de las otras dos, tiene su principal desarrollo en la actualidad más cercana.

Tres actividades, tres retos, tres obsesiones:

-La conquista, dominio y control de una energía que resulte ilimitada: el fuego de los dioses.

-La conquista del conocimiento para transmutar los metales en oro: la piedra filosofal.

– La conquista del saber para la creación de materia: la partícula de Higgs, la nueva piedra filosofal.

Me interesa resaltar que cada una de estas actividades tiene algunas variables que históricamente han seguido un desarrollo paralelo y una vertiente práctica de aprovechamiento y uso para la supervivencia de la especie y otra más idealista (o egoísta), filosófica, política y de implicación de control y poder social. Aunque quizá, en el fondo, los humanos nos esforzamos y afanamos por encontrar la razón última de nuestra presencia en el Universo o, tal vez, la emulación o suplantación de la divinidad. Pero, como señalaba anteriormente, en estas tres metas del hombre hay una dinámica dialéctica entre utilidad/progreso, divinidad/poder, control-descontrol/ desastre.

La conquista, dominio y control de la energía siempre ha sido, desde los albores de la humanidad, como una carrera inacabada de esfuerzos, luchas, guerras y rapiñas para dominar y controlar este resorte de progreso y  poder. Esto es un hecho, pero también lo es que, desde siempre, ha existido una relación muy estrecha entre el fuego (energía) y la divinidad, entre el control de esa energía y el poder.

Zeus, padre de los dioses, destruye a su padre Cronos y a los Titanes con sus rayos de fuego e impone un nuevo orden en el Olimpo y, posteriormente, termina con el caos impuesto en la Tierra por los Gigantes. Rayos que, por otro lado, le fabrica Hefesto, quien, a su vez, forja las cadenas que aprisionan a Prometeo en el monte Cáucaso para que un águila le roa las entrañas como castigo por robar el fuego del Olimpo para entregárselo a los mortales.

Es evidente, por otra parte, que existen otras fuentes de energía que también tienen sus correspondientes dioses en el Olimpo: Eolo, Neptuno… Pero el celo por su custodia y su estricto control no tiene parangón con el que se ejerce con la energía calorífica por su capacidad de poder de destrucción. Recordemos a Faetonte, hijo del dios Helios –el Sol-, fulminado por los rayos de Zeus por conducir el carro solar de forma temeraria e imprudente y provocar desastres en el firmamento y en la Tierra.

Pero esfuerzos, luchas, controles, divinidades y poderes aparte, lo cierto es que el ser humano sigue buscando en la actualidad la fórmula mágica de la energía inagotable, se esfuerza por el control de la energía, cuya técnica conoce y domina, y tiembla de pavor ante el posible descontrol y desastre que podría significar su manejo o manipulación por un bien intencionado y despistado Prometeo o un inexperto e irresponsable Faetonte. Porque, si bien es verdad que la técnica actual pone una energía casi ilimitada en manos del hombre (energía atómica de fisión), incluso trata de dominar la técnica de fusión, aunque esto parezca aún una entelequia como la piedra filosofal, también es cierto que el aprovechamiento de estas energías con fines bélicos sigue poniendo de actualidad el viejo problema de siempre: su poder de destrucción y el peligro de su descontrol.

Decía Ivo Daalder, asesor de Obama, sobre el asunto nuclear que “hoy existen más de veinticinco mil armas nucleares en el mundo y casi tres mil toneladas de material fisible -suficiente para fabricar doscientas cincuenta mil bombas, almacenadas en más de cuarenta países”. “Sin embargo –continúa Daalder- ésa es la menor de nuestras preocupaciones nucleares” (se refiere al peligro de confrontación de las grandes potencias). “Es mucho más probable que un Estado sin escrúpulos o un grupo terrorista consiga unos cuantos kilogramos de uranio enriquecido o plutonio, y fabrique una bomba rutinaria pero destructora” (El País, 16-11-08).

Este es el nuevo marco, la nueva situación de esta vieja historia. Y a este nuevo Zeus, “omnipotente señor de la paz y de la guerra”, o Júpiter “tonante” de piel de ébano, se le insinúa, entre otras muchas tareas, la de “crear un régimen internacional eficaz que supervise la producción, el almacenamiento y la utilización de todo el combustible nuclear en todo el mundo”.

Se trata, en fin, de cerrar la caja de Pandora -que no olvidemos fue un regalo de Hefesto a Zeus- y de que el padre de los dioses controle sus rayos. Esperemos que no tenga necesidad o capricho de usarlos.

NOTA: La segunda parte de este artículo abordará los apartados La alquimia: la piedra filosofal y La partícula de Higgs.

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