LA LEYENDA DEL VAMPIRO

Julián Moral

vamp 5Podríamos definir el vampirismo de una forma muy general como el acto de alimentarse con sangre (preferentemente humana) en arcaicos rituales de fecundidad y revitalizaciòn que, a pesar de su estigmatizaciòn social, perviven de forma muy aislada.

En la actualidad, tenemos el caso del portorriqueño Salvador Agrón, que cometió en Nueva York más de doce ataques criminales de vampirismo; también John Keins, en Boston, mató a tres jóvenes mordiéndoles en el cuello. El vampiro sería una proyección fantástica de un ser sobrehumano que deviene en mítico, luego en tabú y, posteriormente, en ser diabólico. No obstante, la palabra vampiro (upiro), de procedencia eslava, se documenta como una denominación local serbia de los siglos XVII y XVIII para definir las prácticas relacionadas con los revinientes o redivivos, muy localizadas entre las tradiciones mágicas de los Balcanes y los Cárpatos y, en general, en el este de Europa.

La leyenda de los revinientes-redivivos, que desemboca en vampirismo, podría tener su origen más arcano en el mito sumerio del descenso al mundo inferior, mito ligado al renacer de los procesos de renovación de la naturaleza y al mito del eterno retorno Nos referimos al descenso de la diosa Inanna (para los sumerios perpetuadora de la vida y de la fecundidad) al mundo subterráneo, donde su hermana Ereskigal reina en la tierra de los difuntos que esperan otro nacimiento. Inanna, situada en estado de muerte en el mundo inferior, es rescatada de allí por las potencias superiores, quedando habilitada para situar a Dumuzi (Tammuz babilónico, Adonis grecosirio) en estado de muerte y descenderle al mundo inferior para que renazca de nuevo.

Este mito también lo encontramos entre los griegos: Orfeo y Eurídice, Demeter y Persèfone, así como en Egipto: Osiris-Isis. Las versiones acadias del mito de Nergal (soberano del mundo inferior) y Ereskigal nos dejan referencias, muy significativas por cierto, de la amenaza de ésta seducida y abandonada por aquél: “Haré subir a los muertos y devorarán a los vivos/ Haré que los muertos (sobre la tierra) sean más numerosos que los vivos”. Pero Nergal vuelve al inframundo: “En el interior  del palacio, asió a Ereskigal, / la arrastró por los cabellos fuera de su trono/ hasta el suelo, presto a cortarle la cabeza”.

Por su parte, el dios sumerio Lil pasa por la muerte y encarvamp 3a otra existencia a la voz de la divinidad (en este caso su hermana Egine): “No prorrogues la desgracia, levántate del lugar en que yaces”. Este dios enfermo y débil representa lo contrario a la fuerza que se le supone a un dios. Su estado sólo será  reparable con una infusión de vitalidad revivificante para su nueva existencia.

En el Canto de Ullikummi, referido a la cosmogonía hurrita de la Alta Mesopotamia, también se describe un descenso al inframundo. Y es que el paso de los seres humanos primitivos por el trance de la muerte sería una de las preocupaciones más arraigadas en su conciencia individual y colectiva. Para ese ser humano protohistórico debería resultar imposible, o cuando menos dificultoso, no tratar de enmarcar el fin de su existencia (o su continuación infinita) en los ciclos periódicos naturales de regeneración-revitalización.

El mito siempre esconde una cierta verdad-experiencia humana, un hecho primordial o realidad fenoménica más o menos manipulada y transformada a través del tiempo. Así nos encontramos que, junto a estos viejos mitos sobre revinientes-redivivos, existen bastantes resurrecciones relatadas también en los libros sagrados hebreos y en la Antigüedad clásica. Herodoto, por ejemplo, refiere la historia de Aristeas, muerto y aparecido en diferentes ocasiones.

vamp 1Por otro lado, la creencia de que los muertos podían comer, beber, volver e inquietar a los vivos puede ser una de las pistas del fenómeno vampiro. La costumbre de ofrecer alimentos es casi tan antigua como el ser humano y la encontramos en el culto a los muertos de diferentes culturas. De igual manera, en la antigüedad se creía que las almas de los cuerpos que no hubiesen sido inhumados siguiendo complejos o tradicionales rituales erraban de un lugar a otro en busca de reposo. En la Ilíada de Homero, por ejemplo, Patroclo se aparece a su primo Aquiles durante la noche para pedirle unas dignas exequias.

Pero quizá la clave del mito de los vampiros se encuentre en las prácticas antropofágicas con escanciamiento de sangre asociadas a rituales mágicos, ordalías  y sacrificios de seres humanos, en los que el objetivo principal era la revitalizaciòn y el aumento de la fuerza y la potencia sexual proporcionadas por las proteínas Por ello, la sangre humana esparcida por los campos como ofrenda propiciatoria a la madre tierra fue una práctica ritual muy extendida. La sangre como elemento vital de la carne, alimento apropiado contra ciertas dolencias o, incluso, como fuente de regeneración de la propia sangre siempre con la esperanza o el deseo de alargar la vida, pudo estar en el “inconsciente colectivo” y los “arquetipos” arraigados en la psiquis humana casi como normas biológicas. Muchos pueblos primitivos creían que los muertos podrían renacer, pero, sobre todo, rejuvenecer y vigorizarse bebiendo sangre, incluida la sangre humana. No olvidemos que el canibalismo ritual se seguía dando en algunos grupos humanos aislados en pleno siglo XX, así como los casos de dopaje en el ciclismo que transcendieron a la prensa y la judicatura, que consistían en transfusiones de sangre para vigorizar y aumentar el rendimiento de los profesionales de este duro deporte.

Vemos, pues, una relación vida y muerte, Eros y Tánatos, ritual de sangre-vitalidad-regeneración-sexualidad, que en buena medida –y parafraseando un artículo de Rosa Montero- nos acerca al por qué literario de la “metáfora de Drácula y sus besos letales”. Pero antes debemos explorar esa evolución del mito en tabú en los revinientes-redivivos, que se impregnan con un tinte de horror siniestro que tiende a asociarlos con seres monstruosos, así como portadores de las almas de los perversos y crueles.

vamp 4Comenzaremos referenciando el tabú israelí bíblico: “No comáis la sangre de ninguna carne”. Pero, como decíamos, generalmente el tabú toma en su representación formas monstruosas. En la epopeya de Gilgamesh, se evoca una figura alada y de larga cabellera, emparentada con otras figuras aladas citadas en los textos talmúdicos hebreo. En la literatura grecolatina (Horacio, Ovidio, Filostrato) encontramos seres monstruosos cuya seña de identidad principal es la de chupadores de sangre. Horacio en su Arte Poética hace referencia a las “lamias” de la mitología griega que chupaban la sangre de los niños. Ovidio menciona a las “estrigas” como pájaros feroces que vuelan en la noche para alimentarse de la sangre de los niños. Después San Isidoro en Etimologías habla de unas aves nocturnas referidas a la leyenda del vulgo –que ya referían Ovidio o Plinio- según la cual unos seres se acercaban a los lechos de los niños para chuparles la sangre. En la Edad Media la leyenda revinientes-redivivos se centra sobre todo en la parte y aspecto diabólico de seres o aves nocturnas ladronas de niños, en un entorno social de miedo e ignorancia que, a través de la tradición y el folklore, aceptaba generalmente el universo de los revinientes-redivivos.

En el imaginario posterior, sobre todo a partir del siglo XVIII, los revinientes-redivivos se asocian a vampiros o upiros (según Augustín Calmet podría significar en eslavo sanguijuela), que siempre se presentan en forma de hombre o mujer que chupan la sangre de sus víctimas, infectadas así de vampirismo y continuando un terrible ciclo de sangre y muerte. Porque la popularización del mito en la Edad Moderna se produce de la pluma del mentado abad de Xènones en Lorena, Agustín Calmet. En su Tratado sobre vampiros expone abundantes casos de revinientes localizados en el Imperio austro-húngaro, apoyados en certificados oficiales, pero sobre los que se muestra entre dubitativo y escéptico. Calmet también pone de manifiesto la costumbre muy extendida en las tierras del Este de Europa de exhumar cadáveres sospechosos de vampirismo para “matarlos” (rematarlos) en una especie de ritual que comenzaba con la decapitación, pasando por la penetración del pecho con una estaca, hasta la incineración, que ya encontramos en Lucano: “Destruiré con el fuego tus miembros en el sepulcro”.

vamp 2Parece ser que sólo un ritual siniestro era capaz de terminar la “vida” de los redivivos. La Iglesia Católica, señala Calmet, nunca vio con buenos ojos estas prácticas y mutilaciones salvajes de cadáveres. En el medioevo, el Derecho canónico decreta excomunión a quienes las lleven a efecto. También es importante señalar que el terrible suplicio del empalamiento y la perforación del pecho con una estaca eran costumbres que se seguían para castigar a asesinos y malhechores en algunos tiempos y lugares. Lo expeditivo del procedimiento se pudo inocular en la cultura popular como el método eficaz por excelencia para estigmatizar miedos a seres imposibles fraguados en la ignorancia y supersticiones populares.

El Romanticismo desarrolló un importante sentimiento o sensibilidad hacia lo críptico, lo oscuro y sombrío. J. W. Polidori, médico personal de Lord Byron, describe un modelo de vampiro en su novela El vampiro, obra que consiguió una aceptable acogida. También tuvo resonancia la mujer vampiro en la obra Carmilla de Sheridan Le Fann (1871), aunque la más famosa novela sobre vampiros es, sin duda, la del irlandés Bram Stoker, Drácula, (1879).

El Conde Drácula  es en la obra de Stoker la encarnación del “espíritu inmortal”, a la vez de lo diabólico y el arquetipo de vampiro desde entonces. La novela, que recrea un ambiente de pesadilla, se apoya en la leyenda de una dinastía de príncipes rumanos con fama de crueles, despiadados y sanguinarios. Dicen los historiadores que Valaquia, en Rumania, estuvo asolada por guerras e invasiones hasta que Ralph el Negro pacificó la región y consolidó la dinastía cuyos descendientes gobernaron con los títulos de “Vlad o Vaivode” (conde). Uno de ellos fue conocido como el “Empalador” (empalaba a los prisioneros en estacas puntiagudas); otro, según unos manuscritos turcos  del siglo XVI, fue el cruel Vlad Drakul (dragón-diablo), que tenía su feudo de sangre en Transilvania, pero que la pluma del mentado Stoker desplaza a Inglaterra.

En la leyenda de este conde no existen pruebas de que tuviera ver con el vampirismo, aunque sí se concilia muy bien su sed de sangre y crueldad y su fama de brujo y hechicero con los perfiles que la Edad Moderna daba a los revinientes-redivivos, brucolacos y vampiros en general, fenómenos muy localizados por lo demás en el mundo griego antiguo y su área de influencia: lo que luego sería el Imperio romano oriental y, posteriormente, el Imperio turco, con penetraciones en áreas del Imperio austro-húngaro.

Otro personaje histórico también de Transilvania y con parecida leyenda vamp6sanguinaria fue la baronesa Elizabeth Bathory. Vivió en el siglo XVI encastillada en un monte junto a los Cárpatos. La leyenda habla de una mujer hermosa que mantenía su lozanía bañándose en la sangre de sus víctimas, fórmula siniestra, arcaica y renovada de la Fuente de la eterna juventud.

Así pues, este el mito se vio alimentado por la fantasía literaria de los románticos: Byron, Goethe, Coleridge y escritores posteriores como Stoker, Poe, Machen, Lovecraft, Merritt o, ya más cercanos, Ane Rice o Stephen King, que combinan los elementos y las sensaciones de horror y terror con el viejo regusto romántico por lo siniestro, lo oculto y lo gótico.

En la actualidad, las tendencias estéticas neogóticas y la literatura neovampírica, el cine, el cómic o los videojuegos se influyen mutuamente, pero ya muy alejados unos y otros –salvo excepciones- de la rica carga de leyenda y folklore del mito del vampiro, que es sobre todo, y además de todo lo expuesto, un acercamiento al subconsciente humano, a sus miedos y tabúes más arcanos, a los deseos más ocultos y ancestrales de vida e inmortalidad.

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