EL CIELO Y EL INFIERNO

Julián Moral

Noticias de un “más allá “después de la muerte se encuentran entre las culturas arcaicas y antiguas de la mayoría de las civilizaciones. Cuando el ser humano va tomando conciencia de su mortalidad y alcanza cierto nivel de evolución cultural, el miedo a dejar de “ser” alimenta su afán de trascendencia a través de ensoñaciones y mitos (de eterno retorno, edades doradas, paraísos…) y asigna a sus antepasados fallecidos una serie de lugares en un mundo fantasmal de sombras, tinieblas, silencio u olvido: el Sheol semita; el Aralu mesopotámico; el Hades, Tártaro y los Campos Elisios para la tradición griega arcaica y clásica; el Hel y el Walhalla germánico; las transmigraciones hindúes, etc.

Pero ya en el egipcio Libro de los muertos (papiro de Hunefer, ca. 1275 a. de C.) se esboza un juicio tras la muerte ante el tribunal de Osiris, que tiene mucho de rito de purificación para ascender al Aaru y no ser merecedor de la muerte definitiva, que sería el castigo del cuerpo despedazado: ¡la nada! Esta concepción cultural es muy probable que, de una forma u otra, terminara influyendo en la concepción helénica, judía y cristiana posterior de justicia-injusticia, premio-castigo y de otra vida después de la muerte.

En el mundo hebreo antiguo, la creencia en otra vida estaba muy poco arraigada y la idea de premio-castigo (a partir de la fidelidad o no a Yahvé) se circunscribía a la vida terrenal. El contacto hebreo del exilio con el zoroastrismo persa (bien-mal) se deja ya sentir sobre todo en el Libro de Job, en los Salmos  y en los Proverbios. En el siglo siguiente, el profeta Joel evoca la idea de un juicio final, y en el Libro de Daniel (160 a. de C.) se afirma la idea de premio-castigo, juicio-apocalipsis al igual que en 2 Macabeos.

Paralelamente se venía desarrollando el concepto de reino terrenal mesiánico de justicia, orden y equidad que se solapaba, a su vez, con la idea mística y platónica del alma, que, finalmente, termina determinando la evolución hacia la visión neotestamentaria del premio-castigo y del cielo-infierno.

      EL CIELO

Los creyentes de las llamadas religiones de salvación tienen diferentes visiones del Cielo, pero el desarrollo de unas y otras está íntimamente interrelacionado. En general, el Cielo será una tierra purificada sin muerte ni sufrimiento o un plano superior de existencia fuera del universo. Otros lo ven como la simple contemplación de Dios o como la unidad espiritual con Él. Para el filósofo Ludwid Feuerbach el Cielo sería una proyección de las esperanzas humanas frustradas en la tierra.

Desde una perspectiva histórica, cabe señalar que el movimiento mesiánico-apocalíptico, tras la desaparición política del “pueblo elegido” (586 a. de C.), mantuvo viva la esperanza del restablecimiento de un Israel independiente y alentó la llama de una espiritualidad, no claramente homogénea ni mayoritaria, que se perfilaba alrededor de la idea de restauración por Yahvé de un reino ideal que además incorporaba del zoroastrismo el concepto de resurrección de los cuerpos  que, en unión de sus respectivas almas, se enfrentarían a un juicio individual para ser premiados con un reino divino o castigados en el olvido del Sheol.

Estos conceptos de otra vida y reino celestial eran ya, en el mundo judío del siglo I, distintos para las corrientes religiosas dominantes: de negación o escepticismo para los saduceos; de trascendencia apocalíptico-mesiánica para los fariseos y apocalíptico-mesiánica con influencias filosófico-helenísticas para los esenios. Lógicamente estas corrientes fueron determinando el concepto judeocristiano y cristiano del Cielo. Así, frente a la esperanza mesiánica de restauración de un reino judío ideal en la tierra, el Nuevo Testamento habla de un Cielo de plenitud en la experiencia de la contemplación divina celestial. Y es que, a medida que se hacía menos evidente el final de los tiempos (la Parusía), la promesa de vida eterna se transformaba en una espiritualidad extrema.

Para Pablo de Tarso, el Reino de los Cielos no sería ya terrenal, ajustado al mensaje de Jesús recogido en los posteriores evangelios, sino un reino espiritual e inmortal expresado con frecuencia también en las metáforas de la “Jerusalén Celestial o la Ciudad de Dios”. No obstante, la escatología del gran drama apocalíptico y establecimiento del anterior reino milenario mesiánico en la tierra seguía estando presente (Juan) y surgiendo de forma intermitente (mineralismos) hasta nuestros días.

También en el planteamiento filosófico grecorromano encontramos constataciones y afirmaciones de los límites de la justicia terrena que proyectan el deseo de una justicia superior y se afirman en la idea de premio-castigo extraterreno. Cicerón (106-43 a. de C.) en su obra Sobre la República (Sueño de Escipión) apuesta de forma explícita por el premio del Cielo para las buenas obras de la tierra.

Capítulo aparte serían las diferentes concepciones del Cielo que van desarrollando y adoptando los fariseos y escuelas rabínicas y talmúdicas, los Padres del cristianismo, el pensamiento islámico, los escolásticos (sobre todo Tomás de Aquino), los teólogos y pensadores (Lutero, Swedenborg, etc.). Algunas de estas concepciones se mueven en la más pura entelequia surrealista con las que las diferentes estructuras jerárquicas han contemporizado sin llegar a una definición rotunda de la naturaleza celestial. Pero, en general, se podría simplificar el análisis haciendo un encuadre en tres tipos más generales del concepto celestial: el Cielo teocéntrico cristiano, talmúdico e incluso sufí islámico, centrado en la visión beatífica y alabanza de Dios. El Cielo antropocéntrico de refinamiento y placer, basado más en el disfrute sensual que en la contemplación de la divinidad, como en el Corán. Y por último, se puede hablar de una visión más popular, naturalista y humanista, soñada o elucubrada por poetas, pintores y literatos.

La esperanza del premio del Cielo, como mecanismo de alineación o de ayuda para soportar las adversidades del mundo, sigue presente en buena parte de los seres humanos, pero el desarrollo social y los avances científicos van restando relevancia y credibilidad a cualquiera de las imágenes que se han desarrollado sobre el Cielo a través del tiempo histórico.

      EL INFIERNO

El desarrollo del concepto de Infierno (palabra derivada de inferos: inferior), con fuego y tormento como castigo por las maldades humanas individuales, tiene también su marco contextual histórico y su evolución en el tiempo en los distintos credos. Pero una vez más seguimos el hilo de la evolución en las llamadas “religiones del libro” –las tres muy influidas entre sí y, a su vez, por las filosofías mazdeístas y helénicas–, ya que otras creencias infernales arcaicas (mesopotámicas, griegas, egipcias…) no tienen la dimensión  rotunda de eternidad y tormento.

Comenzamos señalando que, tanto en el Levítico como en el Deuteronomio, se describen premios y castigos para cumplidores y transgresores de los mandatos de Yahvé, pero son premios y castigos circunscritos a la vida terrenal. El Libro de Daniel, el de Enoc y el 2 Macabeos, más o menos contemporáneos, (últimos del siglo II principios del siglo I a. de C.), así como en interpolaciones tardías en el tercer Isaías, van ya propiciando el infierno penitencial. Otro antecedente tardo-judío, de un infierno escatológico de tormento, lo señala Flavio Josefo en referencia a los esenios.

Por otro lado, hay que tener también presente que, en el tardo judaísmo, judeocristianismo y cristianismo posterior, el fuego va adquiriendo una función penitencial que paulatinamente se aleja de la idea de iluminación-sabiduría de las viejas escrituras. Se pasaba así del positivismo de la idea del fuego como epifanía a la negatividad de la purificación castigo.

Historiadores, mitólogos y estudiosos bíblicos como Asimov, Gabel, Armstrong, Graves y Patai sugieren que el concepto de infierno o Gehenna, elaborado ya por el tardo-judaísmo y los primeros judeo- cristianos, podría haber tenido su origen en los depósitos de basura que en tiempos de Jesús y antes ardían a las afueras de Jerusalén en el valle de He- Hinnom (de los hijos de Hinnom). También señalan que en las alturas de este valle, los antiguos cananeos realizaban holocaustos humanos en piras de fuego, costumbre que copiaron los reyes judíos Acaz, Manases, Josías –este último a principios de su reinado, ya que posteriormente sus reformas prohibieron los sacrificios y derribaron los altares de este lugar ya de clara abominación para los judíos. La Gehenna, que proviene de la toponimia He- Hinnom se convirtió así por antonomasia en Infierno. Se nombra este valle como Gehenna y lugar de fuego inextinguible en el Nuevo Testamento, pero siempre haciendo referencia a textos bíblicos anteriores y de contextos históricos concretos.

Los primeros escritos judeocristianos son los de San Pablo. En  Corintios II hace alusión al juicio venidero, pero se puede decir que San Pablo tiene un sentido muy marginal del Infierno. Lo mismo se puede afirmar de Pedro, Santiago y demás testigos directos de las enseñanzas del nazareno, como se puede comprobar en los Hechos de los Apóstoles. El fuego sí tiene mucho más relevancia en Juan, autor muy influido por las corrientes apocalípticas anteriores: libros de Enoc y Apocalipsis de Baruc (s. I a. de C.).  En general, se puede hablar del carácter vago del concepto infernal en el Nuevo Testamento, aunque la idea se generaliza y populariza posteriormente, tanto en el mundo judío (fariseos y nuevas autoridades religiosas rabínicas) como en la variante cristiana.

Pero curiosamente, como en otros casos elevados a doctrina, las primeras descripciones del Infierno cristiano se recogen de los evangelios apócrifos de los primeros siglos del cristianismo: Apocalipsis de Pedro (125-150 d. de C.), Apocalipsis de Pablo (240-250 d. de C.), Evangelio de Nicodemo (300-375 d. de C.). Las distintas evoluciones doctrinales (padres de la Iglesia, rabínicas, monásticas, escolásticas, místicas…), se van sucediendo en el tiempo, así como las “pastorales del miedo”, católicas y reformadas, para mantener a los fieles en el “buen camino” y en el corpus doctrinal. El catolicismo en los Concilios de Letrán (1123 y1215) y de Florencia (1442) va fijando la doctrina infernal oficial que, todavía actualmente, se puede sintetizar en castigo de pena de sentido (fuego y tormentos), castigo de pena de daño (privación de la divinidad) y pena de eternidad (desesperación infinita).

Y así, la Iglesia católica y sus escisiones, apoyándose en oscuros pasajes de las Escrituras (algunos no reconocidos en el cánon) y con la ayuda de una imaginación interesada, terminan montando la más tremenda máquina de horrores y miedo que haya podido imaginar el ser humano para un futuro incierto.

Por otra parte, el Infierno musulmán recoge elementos de Oriente Medio, judíos y cristianos, escatológicos y apocalípticos. El Corán es bastante explícito: fuego y tormentos refinados. Pero su duración podría ser más flexible si se pone la esperanza en el versículo del Corán 4,132: “Todo es perecedero, excepto su rostro” (el rostro de Allah). También el Talmud (a partir del siglo II d. de C.) plantea las penas del Infierno. Pero a diferencia de la eternidad de unos y la posible flexibilidad de otros, es el judío un lugar de purificación que se suele situar en once meses, aunque haya corrientes que asignan a los ¿malvados? un castigo para toda la eternidad.

 

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