EL CINE Y EL NAZISMO

Juan Angulo Serrano

Retomo de nuevo el tema, iniciado en el mes de marzo, que se me ocurrió al ver la estupenda La cinta blanca. En la pasada Feria del Libro de Madrid, comprobé que existen bastantes libros que tocan este tema con gran profundidad y conocimiento. Me llamó la atención uno titulado Las 100 mejores películas sobre el nazismo, de Luis Miguel Carmona. Si existen 100 mejores, ¿cuántas serán las menos mejores? Así que,  tanto como por mi limitada capacidad de crítico como por la también limitada extensión de estos artículos, tengo la impresión de haberme metido en un  berenjenal.  Por ejemplo, me entero ahora de que El Gabinete del Dr. Caligari o Metrópolis eran metáforas del nazismo y que hay muchas que no he visto, algunas recientes y muy alabadas.

Luego partiendo de la base de que este artículo va a resultar muy incompleto, me ceñiré a comentar mis impresiones sobre las que me impactaron más. Como ya anticipé en la primera entrega, me centraré principalmente en aquellas en las que el guión es básicamente ficticio y no haré referencia a las puramente bélicas.

Cronológicamente, hay tres obras maestras rodadas en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, las dos primeras en clave de comedia, que anticipan genialmente  las consecuencias de aquella aberración. El Gran dictador (Charles Chaplin 1940) se consideró en su momento “una más de Charlot”, aunque algo atrevida. Vista después, hiela la sangre. Utilizar el humor y lo cómico para tratar temas terribles suele ser más cáustico que planteamientos puramente realistas. Parece ser que el Gobierno de Estados Unidos reconvino a Chaplin por la situación incómoda en la que le situaba. Todavía los Estados Unidos no habían entrado en la Guerra.

To be or not to be (1942),  posiblemente la mejor del gran Ernst Lubitsch, nos cuenta las peripecias de una compañía de Teatro Clásico en la Alemania de la preguerra para, utilizando la capacidad camaleónica de sus actores, hacerse pasar por nazis y hasta por el propio Hitler, y conseguir liberar a un sabio raptado por aquellos. Curiosamente, es una de las películas con las que más me he reído. Pero claro, lo dicho,  nada como la ironía y el humor para removerte las tripas cuando terminas de verla.

La tercera, Esta tierra es mía (Jean Renoir 1943), se desarrolla durante la ocupación nazi de Francia, bajo el gobierno de Petain.  Refleja magistralmente el enfrentamiento, sobre todo psicológico, entre la postura de los colaboracionistas y la de los miembros y simpatizantes de la resistencia, condensadas en la actitud del protagonista –Charles Laughton en una de sus mejores interpretaciones- , un pusilánime profesor dominado totalmente por su vieja madre que, al principio, no quiere implicarse ni tomar postura pero, posteriormente, llega al heroísmo en la inolvidable escena del juicio. Le secundan a un nivel similar Maureen O’Hara –actriz irlandesa casi olvidada que unía a su impactante belleza unas dotes interpretativas de primer orden. Para recordar, su papel en El hombre tranquilo, de John Ford –  y el gran George Sanders,  especialista en personajes turbios, equívocos y malvados.

Vencedores o vencidos (Stanley Kramer, 1961),  narra el famoso Juicio de Nuremberg contra destacados miembros nazis. Sorprende que, para la época en que se realizó, no resulta excesivamente maniquea. Es, además, una de las mejores cintas sobre juicios que recuerdo. Y qué decir del plantel de intérpretes. En aquella época era frecuente, en las superproducciones, contar con la participación  de grandes estrellas.  Pero en ésta se salieron. Entre otros, cabe destacar a Spencer Tracy, Marlene Dietrich, Maximilian Schell – que obtuvo un Oscar por su papel de abogado -, Richard Widmark, Judy Garland…. Pero, sobre todos, Burt Lancaster, dando vida a un general que va siendo consciente de los terribles actos cometidos, y Montgomery Clift, en un cortísimo papel como un pobre disminuido psíquico que había sido esterilizado para mejorar la raza. Fue una de sus últimas apariciones.

El italiano Luchino Visconti realiza en 1969  La caída de los Dioses. Con su habitual maestría y puesta en escena, nos sitúa en 1933, mostrándonos los enfrentamientos entre los miembros de una rica e influyente familia alemana, pero decadente, dueña de la más grande siderurgia del país, que al llegar el nacionalsocialismo al poder tienen que decidir si lo apoyan o no, ya que su empresa tiene una decisiva importancia en la estrategia de la futura Guerra. Quizá algo larga y lenta. Pero así es casi todo el cine de este preciosista director.

Costa-Gavras, que alcanzó un gran reconocimiento tanto de crítica como de público por las inolvidables Mising (1982) o Z (1969), tiene, entre su espléndida filmografía, dos acercamientos al tema.

Amén (2002), sobre el controvertido asunto de la postura del Papado ante los nazis y los fascistas italianos, decantándose claramente por la idea de que sí hubo cierta connivencia. Impacta poderosamente una de las primeras escenas, que se desarrolla en otro juicio.

En el año 1989 rueda La caja de música. El tema, tan profusamente tratado por el cine de la integración de nazis en las sociedades occidentales, en las que llegan a disfrutar de una vida honesta y respetable, es tratado por Gavras un poco al estilo americano, primando la incertidumbre de cuál es la verdadera personalidad del protagonista –recreado por Armin Mueller-Stahl-  por encima del planteamiento sociológico, lo que le acarreó críticas negativas. A mí me gustó bastante, y no sólo porque la interpretase también Jessica Lange.

Este comunista convencido, vituperado tanto desde la izquierda como desde la derecha, es uno de los directores que ha realizado un cine de los más comprometidos que se recuerdan.

Adieu les enfants (Louis Malle 1987) creo que queda imborrable en la mente de casi todos los que hayan tenido la oportunidad de verla. Estamos de nuevo en la Francia ocupada. Unos niños judíos vienen huyendo de la Gestapo y son recogidos en un colegio interno. Allí conviven durante un tiempo con los demás niños, integrándose totalmente con casi todos su nuevos compañeros. No debo contar el desenlace, por respeto a los que no la conozcan. Imprescindible.

¿Y cómo no traer aquí el gran reto que, en 1972, se planteó Bob Fosse al rodar Cabaret? Fresco incomparable de cómo era la vida de la gente normal, en aquel lugar y en aquellos momentos. Sus dudas, sus miedos ante lo que se avecinaba, su forma de divertirse…, y utilizando para ello la comedia, el romanticismo y, sobre todo, la música. Pone los pelos de punta recordar la secuencia de aquellos alemanes rubicundos, miembros de las Juventudes Hitlerianas, cantando a coro una preciosa canción en un idílico paisaje -anticipo de lo que, posteriormente, nos contaría Heneke en La cinta blanca.  Puede verse varias veces sin cansar.

 No me pasa lo mismo con una de las más terribles que se han realizado: La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993). Además, sabiendo que se basa en hechos reales. Creo que me sería difícil volver a soportar ver algunas escenas, como la de Ralph Fiennes disparando al azar a los prisioneros, como si fuesen ciervos en una cacería, o la de los niños escondiéndose en las letrinas. Quizá la obra maestra de este irregular y también admirable director. Lo mismo me pasa con las escenas del desembarco en Normandía de Salvar al soldado Ryan. Varias personas se salieron de la sala cuando la vi.

Hay una cinta curiosa, poco conocida, de 2003 y dirigida por Christian Duguay, Hitler, el reinado del mal, que cuenta su juventud y los orígenes del partido nazi.  Desconozco su rigor histórico, pero merece la pena darle un vistazo. La interpreta con solvencia Robert Carlyle.

Una película que resultó revolucionaria en su momento fue Portero de noche (Liliana Cavani, 1973) en la que un miembro de la S.S, que décadas después está trabajando como portero en un local, se reencuentra con una judía a la que martirizó en un campo de concentración, y cómo vuelven a retomar aquella insana relación sadomasoquista. No sé si el tiempo la habrá tratado bien.

En los últimos años he visto bastantes relacionadas con lo que nos ocupa. Pero comentarlas todas haría muy largo este artículo. Así que nombraré las más destacadas, aunque algunas de ellas no me parecieran demasiado interesantes. Serían, por ejemplo, La vida es bella, El hundimiento, El niño del pijama a rayas, La ola, Valkiria (hay una versión alemana para la televisión, bastante interesante por cierto y anterior a la de Tom Cruise ), o hasta Malditos bastardos -del inefable Tarantino – , El lector y, por supuesto, El pianista, de Roman Polanski, la mejor de todas sin duda.

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