FARAÓN

Juan Angulo Serrano

¿Cómo ha sido posible que una película de esta calidad haya sido casi ignorada durante tanto tiempo?

Yo, prácticamente, la desconocía. Había leído referencias superficiales a ella, pero, gracias a Amenábar, que en varias de las entrevistas que concedió para promocionar Ágora la consideraba una de las mejores películas históricas, me interesé. Y tuve la gran suerte de que podía verse en el canal por cable de ONO – desgraciadamente ya no está. Sin ánimo de hacer propaganda, ha sido editada por FNAC en formato de lujo y con muchos extras, pero su precio, cerca de 20 €, no me animó a adquirirla. A ver si en las rebajas…

Coincidí plenamente con él. Por su factura y calidad supuse que tendría unos diez años. Me quedé estupefacto cuando me enteré de que se había rodado en 1966, ¡hacía 43 años! Y además, era polaca.

Se basa en una novela por entregas de 1895 escrita por Boleslav Prus, también polaco, que tuvo una importante repercusión en su tiempo y todavía se la reconoce.

Lo que resulta sorprendente es que ni los hechos relatados ocurrieron, ni los faraones a los que se refiere, Ramsés XII y Ramsés XIII, existieron, pero la ambientación y el realismo me parecieron lo más cercano a lo que pudo ser, muy lejos de la ampulosidad con la que Hollywood ha tratado esta época, aunque realizaran películas bastante interesantes como Tierra de Faraones o Sinuhé el Egipcio.

Pero una recentísima noticia me ha hecho reflexionar hasta qué punto la Historia ha de estarse reescribiendo constantemente y hechos que damos por contrastados no lo son tanto.

Me explico. El 10 de enero de este mismo año Zahi Hawass, arqueólogo jefe del Gobierno de Egipto para las excavaciones en el Valle de Giza, y apoyado por su Ministro de Cultura, Farouk Hosni, han confirmado oficialmente que los constructores de aquellas pirámides ni fueron 100.000 ni eran esclavos. Herodoto, hace unos 2.500 años, lo afirmaba y así se ha venido creyendo siempre, especie alimentada por el sinfín de libros publicados al respecto, sobre todo desde el Romanticismo hasta ahora, y por la gran influencia del cine de Hollywood.

 A principios de los años 90, ya se estaba poniendo en cuestión este dato desde que un turista a caballo tropezó con unas estructuras de ladrillo que, después de exhaustivos estudios arqueológicos, han puesto en evidencia el milenario error. Dichas estructuras eran las tumbas de los trabajadores muertos en la construcción de las pirámides, enterrados con sencillez, junto a jarras de cerveza y pan para su “viaje”, en posición fetal, con las cabezas orientadas hacia el oeste y sus pies hacia el este, de acuerdo con sus creencias. ¿Cómo iban a recibir este trato unos simples esclavos y además tan cerca de la tumba de su Faraón? Parece confirmado que se trataba de familias de agricultores pobres del norte y sur del país que se dedicaban a este trabajo cuando terminaba el tiempo de la recolección. Por supuesto, que era una labor durísima, pero profesionalizada y muy anhelada.

En cuanto a su número, se sabe que diariamente aportaban para su consumo unos 21 búfalos y 23 ovejas, cantidad que podría haber servido para alimentar a unas 10.000 personas, muy lejos de las 100.000 que hasta ahora se suponían

Volvamos a la película. Rodada en Uzbekistán y Egipto con unos extraordinarios medios para la época y el país, fue la cinta europea más cara hasta entonces, unos 15 millones de dólares. Trabajaron como extras miles de soldados del ejército ruso y se tardaron tres años en acabarla. Su duración de 172 minutos, algo excesiva para el gran público, se redujo en veinte para su exhibición comercial. Se postuló para el Oscar a la mejor película extranjera de 1967, pero lo ganó la francesa Un hombre y una mujer de Claude Lelouch.

Su guion, de una extraordinaria solidez, narra cómo en pocas ocasiones la lucha entre el poder religioso, encarnado por los sumos sacerdotes, y el nuevo Faraón, el joven Ramsés XIII, que quería limitar su poder, tanto político como religioso y económico, para devolverlo a las instituciones y al pueblo – ¿trasunto de Akenatón? Curiosamente no peca de maniquea, a pesar de estar rodada y financiada bajo el comunismo y en plena Guerra Fría. Como ya dije, este Faraón no existió, aunque el sacerdote que le apoya, Her-Hor, sí consta históricamente y llegó a ser también Faraón, lo que parece quedar implícito al final.

Prácticamente no hay música. La fotografía es maravillosa, retratando el desierto como solo lo ha hecho David Lean en su Lawrence de Arabia. Las batallas están rodadas con las cámaras colocadas entre las piernas de los contrincantes, vestidos sin el lujo a que nos tienen acostumbrados otras cintas – como seguramente fue –  y luchando a pie, lo que nos sumerge en el fragor del combate. Algo así propuso mucho después Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan. ¿Le inspiraría?

Sorprende para la época y el país de producción la gran sensualidad de algunas escenas, y la importancia de los personajes femeninos.

 Y no falta espectacularidad, como en las batallas ya referidas o en las magistrales secuencias del entierro de Ramsés XII, verdadera lección de montaje, planificación y desarrollo.

        No obstante, he de reconocer que la sobrecarga de alguna manera su excesiva duración, ya que hay escenas demasiado parsimoniosas, como el canto de la judía contra la pared, lo que no es óbice, valladar ni cortapisa para que dejéis de verla.

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