LA VENGANZA DE TAMAR

Pedro Centeno Belver

La venganza de Tamar. Montaje de la CNTC, 1997.

La estupenda obra de teatro que presentamos en este número nos servirá como una introducción para ver la estructura que, casi por norma general, rige toda obra teatral y, asimismo, cómo escoger un buen tema puede ser una excelente manera de lograr un espectáculo que perfectamente puede funcionar en nuestros días.

La obra de Tirso de Molina (no vamos a entrar aquí en discusiones sobre posibles colaboradores) es una pequeña obra maestra que agrada en la lectura, impacta en el tema y que reúne en sí todos los elementos necesarios para que, con una puesta en escena un tanto arriesgada, pudiera representarse con éxito y alcanzar un alto nivel estético.

El drama es de corte histórico-bíblico y narra el conocido tema tomado del libro de Samuel sobre los hijos de David. Decimos que ilustra a la perfección la estructura que soporta cualquier drama y casi cualquier narración (al menos, una inmensa mayoría de las modernas se configuran conforme a este patrón, quizá por su sencillez y nuestros modernos hábitos de lectura) porque nos presenta con claridad un planteamiento, un desarrollo de la acción (nudo) y un desenlace al que conducen todos los elementos puestos en juego durante la obra.

Absalón

La historia, pues, nos habla de Amón, el joven heredero del rey David, que, en esta ocasión, elude los amores y asegura que nunca caerá en sus redes si no es, acaso, hasta encontrar a una mujer digna. Tras algunos lances hábilmente introducidos por Tirso para trazar y colorear a nuestros personajes (además de ofrecer una casuística a todos los elementos  lanzados sobre el escenario), Amón viene a enamorarse de una joven bellísima que no es otra que su hermana Tamar. Venido a menos y afligido por el amor, seguirá el consejo de un vasallo suyo, que no es otro que fingirse enfermo y mandar a Tamar a cocinar para él con el fin de ayudarle a remediar su mal. Una vez en la habitación, cierra las puertas y expulsa a los criados que hay en ella para violar a su hermana y, una vez consumado el acto, acaba por repudiarla y echarla a empujones. Finalmente, Absalón, hermano de ambos, escucha el lamento de la joven y conspirará para matar a su hermano y vengarla, acciones con las que finaliza el drama.

Sin embargo, este esquema que hemos presentado más bien resume la historia bíblica que la obra de teatro, que aportará muchos y muy ricos matices, además de ocasiones inmejorables para demostrar el arte de Tirso a la hora de componer versos. Veamos, no obstante, cómo esto se acomoda al esquema que hemos mencionado:

Planteamiento: Amón se enamora de Tamar.

Desarrollo: Amón sufre de amores y, afligido (y, en nuestra obra, celoso), sigue el consejo de fingirse enfermo para consumar la violación de Tamar.

Desenlace: Absalón venga a su hermana y consuma su venganza (y, una vez más, en la obra, avanza unos pasos para heredar el trono).

La riqueza de esta obra de teatro radica en cómo Tirso ha sido capaz de introducir muchos elementos que enriquecen a los personajes, que los actualizan (son personajes históricos que responden a los clichés del Siglo de Oro) y los adornan para propiciar, además, hermosísimos pasajes líricos e incluso cómicos dentro de lo tremebundo de la historia.

Por un lado, los elementos teatrales funcionan conforme se configuraba el espectáculo teatral en el siglo XVII. Así, Amón, que es reacio a las cuestiones amorosas (como contrapartida a su hermosísimo y promiscuo hermano Absalón, que dice que solo respetaría a su madre), escala una muralla para tropezar con Tamar, de la que se enamora al instante sin reconocerla. Por un lado, tenemos el “pecado” de negar al dios amor, por otro, la escalada de la muralla supone el vencimiento simbólico del protagonista (que vence a la par su incapacidad de enamorarse y que tropieza –literalmente- con el amor) y, por último, el enamorarse de la joven sin reconocerla, pese a que los estudios de una centuria anterior a la nuestra tildaran la obra de truculenta y atrevida, realmente matiza el sentimiento amoroso de Amón.

Más elementos introducidos son la ficción amorosa a la que accede Tamar con el fin de ayudar a su hermano a olvidar a una fingida extranjera o la ambición de Absalón, que no aparece en el capítulo bíblico del que bebe pero que funciona a la perfección dentro de la obra.

Tirso de Molina

Sin embargo, al igual que mencionamos en el número anterior con “Lo fingido verdadero” de Lope, un aspecto muy destacable es la actualización histórica (anacronismo si se prefiere) que se realiza, especialmente por cuanto se refiere a la moral y el honor. Por un lado, pensemos que se está tratando de un tema muy espinoso (el incesto) que tiene cabida en una sociedad que no es cristiana todavía (de serlo, quizá, este tema no sería tratable), pero todo cuanto se refiere al honor de Tamar se trata conforme a las reglas del honor del Siglo de Oro; así, el ultraje y el propio sentimiento de pecado por parte de la mujer violada. Sin ninguna duda, esta actualización, con una propuesta escénica suficientemente atrevida, me parece de muchísimo valor en una puesta en escena actual.

Pese a ello, un elemento que no deja de destacar es la figura del rey en la obra. El magnánimo David, pese a su rol de rey, no se encarga de impartir justicia, elemento básico en el teatro áureo. Por ello, tal vez, Absalón se ciñe en determinado momento la corona (momento al que asiste su padre), imagen simbólica que realiza, sin ninguna duda, una función que justifica que sea este (y no otro) quien se encargue de culminar la venganza; más cerca, dicho sea de paso, del trono.

Por todo ello, La venganza de Tamar es una obra de teatro que conviene leer y disfrutar, pero, sobre todo, leer en clave de espectáculo que nos la traiga, una vez más, a los escenarios porque, realmente, merecería la pena.

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