EL EXTRAÑO CASO DE FERNANDO DE ROJAS

José Guadalajara

Celestina«In Dei nomine». Así comienza, como tantos otros testamentos antiguos, el testamento de Fernando de Rojas. Está dictado el 3 de abril de 1541. Unos días más tarde, su mujer, Leonor Álvarez, hizo un inventario de bienes, señal de que el célebre autor de una de las más afamadas obras de la historia de la Literatura había muerto.

Entre los libros que dejó en su biblioteca había un ejemplar que el escribano que copiaba el inventario registró como Libro de Calisto; sin duda, se trataba de una Celestina. Es curioso que el propio autor de esta obra solo tuviera en casa un ejemplar de la misma, lo que nos lleva a pensar si sería una Comedia o una Tragicomedia de Calisto y Melibea, pues, como muchos saben, Fernando de Rojas hizo dos versiones de este libro, ampliada la última con cinco actos más. ¿Por qué solo conservaba el autor una de ellas?

Más curioso es que, una vez escrita la obra en sus años de estudiante –allá por 1497-, no volviera a decidirse a componer ningún otro libro, a pesar de la fama y difusión, incluso fuera de España, que ya en vida del autor había tenido La Celestina. ¿Es esto signo de algo que ahora se nos escapa? ¿No tenía Fernando de Rojas ninguna vocación literaria? ¿Estamos seguros de que verdaderamente fue él el autor de esta novela o curiosa obra de teatro?

Lo que sabemos de Fernando de Rojas no es mucho. Fue en los versos acrósticos que puso en una de las primeras ediciones de La Celestina en donde, como entre tímido y misterioso, dejó su nombre y otros datos biográficos, entre ellos, su lugar de nacimiento, un pueblecito cercano a Toledo y llamado La Puebla de Montalbán.

Este Fernando de Rojas, que fue Bachiller en Leyes, vivió a partir de 1507, y hasta el resto de sus días, en Talavera de la Reina (Toledo), en donde ejerció de jurista, reunió notable hacienda, se casó con Leonor Álvarez y tuvo varios hijos. A su muerte fue enterrado en el monasterio de la Madre de Dios, hoy desaparecido, aunque en pie todavía en 1936, año en el que unas excavaciones arqueológicas sacaron, al parecer, los restos de su cuerpo a la luz. Yo mismo, allá por 1985, pude ver el solar en donde se ubicó el citado monasterio. Sé que hoy se encuentra en su lugar una nueva edificación.

Curiosa es la postura en la que se halló ese cadáver, echado de lado y con las manos juntas sobre la cara, lo cual nos recuerda un pasaje de la Carta que Fernando de Rojas puso al frente de La Celestina y que dirigió a “un su amigo” muchos años antes:

Asaz veces retraído en mi cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores y mi juicio a volar… 

Volaron los años y, con ellos, los papeles y los recuerdos, las palabras y los hombres que vieron en persona al célebre autor de La Celestina. Hoy, como suele decirse, podemos contemplar su eternidad en el libro que nos dejó y que ha continuado leyéndose a lo largo de los siglos:

Pero ¿quién forzó a mi hija a morir sino la fuerte fuerza de amor? Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti conociendo tus falacias, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas voluntades?

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