TROVADORES Y EL AMOR CORTÉS

Julián Moral

           trovador1Gaston Paris en 1883, en un estudio sobre el Lancelot de Chrètien de Troyes, usa modernamente la expresión “amour courtois”. Aunque en general se utiliza esta forma para definir este fenómeno social y literario que engloba más de dos siglos (XII-XIII) de literatura y poesía trovadoresca, es más fiel, si nos atenemos a lo señalado por especialistas en el tema, como, por ejemplo, Martín de Riquer, la expresión de los antiguos poetas que lo definían como “fin amors”.

            La cortesía es un conjunto de actitudes, virtudes y modos de comportamiento característico de las cortes medievales de estos siglos, sobre todo del mediodía francés, que se traduce en creaciones literarias, principalmente líricas, que incorporan estas actitudes o ritual cortés y son compuestas por los trovadores y recitadas en las cortes por los juglares para divertimento y loa de damas y señores feudales y público en general, cuando se recitaban en las plazas y calles de villas y aldeas. Los temas de estas composiciones eran diversos (políticos, satíricos, de alabanza o condolencia), pero aquí nos centraremos en los de tema amoroso. Esto es, del arte de los trovadores nos vamos a referir a la faceta del amor cortés: “fin amors”.

            Hay que tener en cuenta al acercarnos al tema, que en el siglo XII se produce un desplazamiento claro –que se reafirma en el siglo siguiente- del eje alto feudal: campo-monasterios-fortalezas al eje ciudades-villas-cortes palaciegas; que las precarias cortes alto feudales adquieren boato, riqueza, personal administrativo especializado y culto y que la nobleza militar comienza a adornarse de un cierto barniz culto que trataría de suavizar su rusticidad primitiva. En estos y otros muchos y determinados aspectos de la sociedad feudal del momento, habría que detenerse y profundizar para comprender la dinámica del amor cortés y que no nos resulte inverosímil en la actualidad.

            En esta situación de una cierta permeabilización social –sugiere Martín de Riquer (Los Trovadores. Historia literatura y textos)- va tomando carta de naturaleza la actitud cortés como fórmula de reafirmación del feudalismo en un momento en que aparecían con fuerza nuevos estratos sociales de indudable influencia en la sociedad estamental: burgueses, comerciantes, banqueros, letrados juristas, poetas… Amor cortés –con toda su retórica de vasallaje- y relación social estarían, pues, estrechamente imbricados. Los conceptos de fidelidad, honor, lealtad, traición, de tanta fuerza social en la sociedad feudal, están insertos en la mentalidad del amante, amante cortés (como queda patente en la poesía trovadoresca), determinando siempre una relación de vasallaje hacia la dama, generalmente de un estrato social más alto y la mayoría de las veces, para el trovador o el enamorado, inalcanzable.

            000561582webEl conflicto social que se esconde en la literatura cortés se explica en la propia lírica trovadoresca llena de tópicos y lugares comunes, que son la manifestación de un espíritu y una concepción de la vida determinados por una rígida estratificación social prácticamente impermeable. La oposición entre los conceptos de cortesía y villanía (corte-villa); entre las actitudes y comportamientos reglados de la corte y los más relajados de la villa, la ciudad (el exterior de la corte) imponían en realidad una dialéctica de lucha de clases entre lo aristocrático-feudal y lo aldeano-villano-burgués. Por eso, en amor, se trataba de diferenciar el amor de los poderosos (espiritualizar el amor) de la vulgaridad del amor de las clases bajas (“villanizar” el amor), simple refocilación de los cuerpos.

           Hay que tener en cuenta también, a la hora de tratar de comprender la complejidad del amor cortés, que, generalmente, el matrimonio entre las clases elevadas era producto de conveniencias de estirpe y económicas, y faltos de amor casi siempre, lo que predisponía a las damas a los juegos del corazón, y al trovador o al amante oculto detrás del trovador le otorgaba un extra de optimismo. El trato y la relación con persona educada, agradable y cultivada servía, a su vez, de lenitivo para la dama y el “siervo de amor” le rendía vasallaje entregado a ese juego excitante.

      Así el mecanismo de alabanza de la belleza, virtudes y demás dones de la mujer a través de las composiciones líricas del “fin amors” era generalmente tolerado por las damas -esposas incluso de personajes de mayor rango que el rendido enamorado-, y, en muchos casos, tolerado también por los esposos confiados y seguros de que esa barrera de actitudes y normas sociales, típicamente feudales, que señalábamos antes (honor, fidelidad, pacto, generosidad, mesura), no sería transgredida por el “siervo enamorado”, transformando su “fin amors” en amor rústico o villano. Aunque el juego aceptado del amor cortés podía terminar y terminaba a veces en amor real, apasionado, que necesitaba de nuevas ficciones y disimulos, rizado el rizo para bordear los límites y las condiciones particulares que impone la corte donde el trovador o amante vive y se desenvuelve. Pero, generalmente, la dama mantenía una actitud de inaccesibilidad y el enamorado seguramente buscaría “autoconvencerse” –dada la imposibilidad de alcanzar a la dama- de que su posesión rompería el hechizo y la perfecta imagen de la amada quedaría devaluada.

       El enamorado, como señala Martín de Riquer siguiendo a un autor anónimo de mediados del siglo XIII, pasa por cuatro “escalones” (estados de ánimo diríamos ahora) con respecto a su amor, la dama y su relación con ella: la de tímido que observa, admira y ama a la dama desde la equidistancia de su posición inferior; la de suplicante con la mirada, el gesto, la palabra, la actitud, el verso; la de entendedor, que percibe o entiende que es enamorado tolerado y que existe complicidad entre él y la dama, lo cual le llena de gozo, esperanza de posesión y, evidentemente, de autoestima; y, finalmente, la de amante amado por la dama que le aproxima al acto de la copulación; poco probable si nos atenemos al esquema amoroso cortés, a su dependencia del vasallaje y a las rígidas pautas de comportamiento que debía respetar el cortés enamorado.

     Goliardos-e1353445815315Por ello pensamos que esa inaccesibilidad social juega como catalizador y justificante para atribuir a la dama méritos físicos y espirituales inalcanzables por el apasionado enamorado. Porque es difícil imaginar que detrás de toda la escenificación amorosa cortés no haubiera siempre una pretensión latente o patente de amor carnal. El platonismo significaba en muchos casos una suerte de renuncia motivada por las dificultades reales: sociales y, por qué no, personales, inherentes no sólo a la inaccesibilidad de la dama, sino a las propias limitaciones (supuestas o reales, físicas o intelectuales) que el propio amante tenía o interiorizaba.

      En cualquier caso, “platonizar” la relación era un escape, una volición que –sobre todo si se llegaba al grado de entendedor (o entendimiento diríamos ahora) entre amante y amada, podría significar un alto grado de gratificación personal y mutua. Una mirada, una palabra de positiva interpretación, un gesto, un verso, una sonrisa llevarían a una suerte de exaltación interior, a un estadio espiritual superior que provocaría en el amante cortés una sensación de plenitud y, en última instancia, le compensaría y consolaría en la certeza de la comunión espiritual con su amada.

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