LA MAGIA DEL SOLSTICIO DE VERANO

Juan Carlos García Santos

La raza humana, como cualquier otro ser vivo, está adaptada al medio natural de este planeta donde ha evolucionado y sobrevivido gracias a su conocimiento del mismo. Este tipo de adaptación ha sido posible en virtud del incremento de nuestra masa cerebral durante el proceso que hemos denominado hominización. Nuestro cerebro posee la capacidad de razonar sobre lo que percibe en el entorno, capacidad que tiene como una de sus premisas la resolución de preguntas complejas, de tal forma que aquello que no se puede explicar de forma sencilla y directa acaba implicando respuestas que los grupos humanos buscaron a través de la magia y la religión.

Las personas que vivían en la latitud donde se encuentra la Península ibérica y buena parte de Europa estaban, y estamos, afectadas por el ciclo regular de las estaciones. Ese cambio de la posición del planeta Tierra con respecto al Sol durante el año en su movimiento de traslación genera a su vez el de la cantidad de horas de luz diaria, las condiciones climáticas y la adaptación de todo ser vivo a estas circunstancias. Son implicaciones demasiado fuertes para que no se tuvieran en cuenta por los hombres que conocían a la perfección la naturaleza en la que sobrevivían y para que no las incluyeran en su acerbo cultural.

Dentro del cambio de estaciones el solsticio de verano marca el momento en que la naturaleza está en plena eclosión en estas zonas del planeta; es cuando la noche es más corta y cuando el astro rey parece no variar su situación en su paso por la línea del horizonte. Lógicamente, este fenómeno que se reproduce anualmente también tuvo clara influencia en las creencias humanas.

Ésta es una de las causas que hace que consideremos el solsticio de verano como mágico y que esté presente de forma inconsciente en la conciencia humana desde hace milenios. Quizá sea esa atracción, entre el interés por conocer el medio propio de la raza humana y las propias sensaciones que genera éste en nuestro cuerpo al llegar el verano, la que ha incentivado la intención de buscar las creencias que se tuvieron en el pasado con respecto a este fenómeno. Por ello, ya desde el siglo XVIII, el deseo de estudiar los pueblos prerromanos que habitaban en el occidente europeo había suscitado la consulta de textos clásicos, el reconocimiento de monumentos prehistóricos y su relación con la justificación de un nacionalismo que eclosionará plenamente con la ideología liberal del siglo XIX.

Así, tanto en Francia como en Gran Bretaña, se relacionaban monumentos megalíticos con los celtas citados en textos latinos y se retomaban viejas creencias como la del sentido mágico del solsticio de verano, inventando ceremonias que unificaban monumentos construidos mucho antes de que existieran los pueblos de la Edad del Hierro citados en la época romana. Un ejemplo, en este sentido, son las celebraciones en el monumento neolítico de Stonehenge (Gran Bretaña).

No obstante, el interés por este aspecto de la cultura humana no se quedaba anclado para los europeos en sus países de origen; el contacto con el Egipto antiguo también lo incentivó y, en este caso, tras descifrar la piedra Roseta y la escritura jeroglífica, se dieron a conocer unas creencias religiosas y un modo de vida claramente fundamentado en el ciclo solar. No se tardó en unificar suposiciones marcadas por la conexión entre monumentos prehistóricos de todo el Mediterráneo y la Europa atlántica y el conocimiento de fenómenos astronómicos.

La chispa que encendía el deseo de satisfacer nuestra curiosidad acerca del pasado de las creencias humanas sobre el Universo se había iluminado de forma irremisible, y no cabe duda de que las investigaciones que implican estudios de Astronomía y de Arqueología nos han ido desvelando esa relación. Se acabaron unificando saberes y en el último tercio del siglo XX nacieron la Arqueoastronomía y la Etnoastronomía, que ayudan a entender cómo están implicadas esas creencias en la forma de actuar de los grupos humanos del pasado. Como consecuencia de este tipo de estudios, o a su aplicación a las investigaciones arqueológicas, se han incrementado los conocimientos a este respecto y se ha podido reconocer la conexión entre humanidad y conocimiento sobre los astros durante diferentes épocas de la historia.

Hace más de doce mil años las personas vivían de la caza y la recolección, forma de vida que hacía muy necesario el conocimiento de las plantas y animales que se depredaban para alimentarse y el de los ciclos estacionales, que marcaban su subsistencia y también la humana. La bóveda celeste era un referente para conocer la situación sobre el terreno y el paso de las diferentes estaciones. La lectura por chamanes de estos fenómenos permitía diseñar las actuaciones en los días venideros para conseguir alimento, seguir rebaños de animales y para cazar o recolectar los frutos maduros. Una investigación realizada hace unos años nos ilustra la posibilidad de creencias mágicas sobre la disposición de los astros: se trata de la identificación del panel de la sala de los bisontes de Altamira (Santillana del Mar, Cantabria) con la Vía Láctea; no obstante, queda enmarcada entre otras que se basan en el conocimiento del Universo en el Paleolítico Superior, como la que identifica representaciones de cuerpos celestes en la Cueva de Lascaux (Francia).

El paso a la economía productora, al cultivo de plantas y la cría de ganado traerá consigo otra visión del Mundo y el Universo que, sin embargo, no deja de estar muy unida a él. Los ciclos agrícolas refuerzan el interés por el solsticio de verano —la época del año en que fructifican las cosechas—; los símbolos solares y la fecundidad aparecen para permanecer hasta nuestros días mezclándose unos con otros como lo hacen la propia idea de fecundidad y el astro rey que la propicia. No obstante, aún se tienen que identificar correctamente representaciones como las pintadas en los abrigos de buena parte de la Península ibérica en una época a caballo entre el Neolítico y las primeras edades de los metales. Se trata de lo que se ha denominado Arte esquemático, con un desarrollo cronológico amplio desde el IV milenio hasta la Edad del Bronce.

Son contemporáneas de estas realizaciones pictóricas muchas de las tumbas colectivas en dólmenes, los análisis realizados en este tipo de monumentos de Salamanca, Badajoz y Portugal por Michael Hoskin (astrónomo británico y editor de la revista Journal for the history of astronomy) que muestran con contundencia que más del 90 % de estas construcciones megalíticas se orientan en el intervalo definido por ambos solsticios (invierno y verano) o posiciones extremas del sol, siendo esta pauta identificada en otros dólmenes de la fachada atlántica como los de Irlanda.

Asociadas a estos megalitos, aparecen representaciones reconocidas como discos solares en forma de espirales, e incluso se llega a interpretar la decoración incisa de los ídolos Placa del sudoeste peninsular como una simbología astronómica. Asimismo, hay varias teorías dirigidas a demostrar que la construcción de Stonehenge se realizó para crear una especie de observatorio desde donde determinar la fecha de los solsticios; o que la erección de menhires está determinada por la posición de los astros en una época del año. En algunos casos, incluyen representaciones y símbolos solares, similares a las de los petroglifos marcados por representaciones esculpidas en la piedra desde la Edad del Bronce en el occidente europeo.

Toda esta tradición se mantiene con la llegada de la Edad del Hierro. De nuevo las investigaciones sobre Arqueoastronomía intentan encontrar orientación en santuarios y necrópolis en la Península ibérica marcadas por los astros. Entre las necrópolis ibéricas se ha identificado su organización en base a los equinoccios y el solsticio de verano en casos como el templo ibérico de Ullastret (Gerona), que tiene su entrada alineada exactamente con la salida del sol en esta fecha; o el de El Cigarralejo (Mula, Murcia), que podría estar relacionado a la vez con el ocaso solar del solsticio de invierno. También entre las necrópolis celtibéricas se ha identificado una orientación basada en los astros: en la necrópolis del castro de Celemeño (Herrerías, Guadalajara) se agrupan las sepulturas a lo largo de dos líneas que dejan un pasillo orientado hacia la posición de la luna en el equinoccio de invierno. La incidencia de solsticios y equinoccios sobre necrópolis como las Vettonas, caso de la Osera en Chamartín de la Sierra (Ávila), e incluso de otros elementos como el santuario de Ulaca (Solosancho, Ávila) o el estanque de la ciudad gala de Bibracte (Francia) parecen seguir también patrones de este tipo; de otro lado, las representaciones de espirales y símbolos solares siguen siendo también comunes incluso en las vasijas.

Como no podía ser de otra forma, en la época clásica se mantiene esta tendencia y creencia. Entre los edificios de la ciudad nabatea de Petra (Jordania) de nuevo se ha identificado una orientación astronómica al igual que entre las tumbas etruscas. En la Grecia clásica el culto al sol permanece relacionado con Helios y Apolo, culto a éste último que está presente en Roma donde, además de hacer oficial el calendario solar, se da la aceptación de otras religiones como el culto a la diosa egipcia Isis. Este conglomerado de creencias relacionadas con el Sol está presente cuando por las ciudades romanas progresa un nuevo culto, el cristianismo, que acabará por englobarlas y darles carácter oficial durante toda la Edad Media y Edad Moderna. Así el solsticio de verano se identifica con San Juan (24 de junio), las cruces se rodean del círculo solar en Irlanda y los círculos y espirales aparecen en la decoración de los edificios religiosos en la Europa medieval.

Esta larga tradición nos ha marcado, queramos reconocerlo o no. El invierno y la renovación que supone para los seres vivos que habitan en estas latitudes se identificaron tradicionalmente con la muerte, de ahí la orientación de los dólmenes del Neolítico y Edad del Cobre y de las necrópolis de la Edad del Hierro. Mientras el solsticio de verano aparece relacionado con santuarios como el de Stonehenge (también de origen Neolítico) o el ibérico de Ullastret (Gerona) y el culto a la eclosión de la vida y a la luz que genera el día más largo del año.

Significativamente, ese día muestra su influencia en nuestras tradiciones como la de las ninfas que aparecen la mañana de San Juan en lagos y ríos de Europa, las Xanas que lo hacen en Asturias y otros lugares de la península esa misma mañana, los festejos de San Juan celebrados por todo el Sistema ibérico en muchos casos asociados a toros embolados, el paso con los pies desnudos sobre ascuas en pueblos de Soria, la simulación de la siembra de grano que se lanzaba tras el paso del arado en plazas y calles en algunas poblaciones desde la Península Ibérica a Europa Central y, sobre todo, el salto sobre hogueras mágicas por todo el ámbito mediterráneo y peninsular que permite purificarse y pedir buenos deseos para todo el año.

Con ello, las personas acabamos cerrando el círculo: de un lado se desea conocer la relación con el universo en el pasado y a partir de ahí esa intención queda implicada con ideales actuales como el nacionalismo, que resucita tradiciones que se cree que existieron en épocas remotas; de otro, y con una perspectiva científica, se pretende indagar en el conocimiento real sobre el universo por parte de los ancestros de la raza humana, se acude a la Astronomía, al estudio de los restos materiales y datos sobre los pueblos que habitaban la Tierra en el pasado, al estudio propio de la Arqueología o a la unión de ambos, la Arqueoastronomía.

La relación con el Universo que se tenía en el pasado y que implicaba un conocimiento exhaustivo de los astros y la evolución de los ciclos estacionales se ha perdido en un mundo que no depende directamente del medio natural y sus ciclos. Deberíamos disfrutar de la eclosión de este momento como se ha hecho desde siempre, y hacerlo comprendiendo lo delicado del equilibrio natural. Deberíamos darnos cuenta cómo la primavera y la llegada del verano inciden en nuestra forma de sentir el ambiente, como lo hicieron en el pasado y como lo hacen otros seres vivos, pues todo esto tiene que tener sin duda algo de mágico.

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