CÓDICES, INCUNABLES Y EBOOKS

Sergio Guadalajara

libros_de_arte_codices_medievalesLeer estas palabras supone, de forma aparente y unánimemente aceptada, un hecho fácil y al acceso de casi cualquiera. Basta con contar con la inquietud de poder saber un poco más. Es ésta la ventaja de ser lector en el año 2012, ahora que llevar al mundo en el bolsillo y toda una biblioteca de mil volúmenes entre los dedos es algo ya del todo extendido.

Sin embargo, esto es algo nuevo que ni siquiera era posible hasta hace poco más de unos pocos años, cuando el conocidísimo iPhone, hoy en día el teléfono por excelencia, irrumpió en el mundo. No lo era hasta que estos teléfonos inteligentes, con conexión permanente a internet, gps, cámara y mil utilidades y capacidades más, consiguieron invadir a la sociedad del siglo XXI y se hicieron indispensables para millones de personas. Casi en ese mismo momento y de forma paralela, otra revolución, la de los e-books fue presentada como la forma de leer que habría de sustituir al libro impreso, hegemónico en este aspecto durante cientos de años.

Lejos queda todo esto del año 1450 que, no obstante, se asemeja a estos inventos electrónicos en el cambio social y cultural que introdujeron. Si en el siglo XXI la revolución supuso la interconectividad global y la consolidación de lo digital frente a lo analógico; en 1450 la publicación del primer incunable del mundo cambió de modo muy notorio la forma en la que hasta ese momento se había difundido la cultura. Había requerido durante toda la Edad Media (y, evidentemente, en épocas anteriores como el imperio romano, la Grecia clásica o el Antiguo Egipto) de pacientes amanuenses que copiaban uno a uno, letra a letra e ilustración tras ilustración, los códices que llegaban a sus scriptoria.

La labor llevada a cabo en el ámbito monacal y eclesiástico (me refiero en esto, a las escuelas catedralicias) fue la principal y predominante en época medieval como centros difusores de cultura y saber, especialmente en la Alta Edad Media. Un poco más tarde el sistema de la Pecia (esencialmente universitario) supondría otro modo relevante de copiar y transmitir manuscritos, si bien convivió con los scriptoria de los monasterios. Con la Pecia, un librero tenía en su negocio un número indeterminado de obras divididas en cuadernos (o pecias, de ahí el nombre) que los estudiantes alquilaban para poder copiarlas ellos mismos de forma más barata que si compraban los volúmenes por el sistema tradicional.

Al ser copiadas en lugares dedicados por entero a la divinidad y lo religioso, es evidente que el tipo de obras que se copiarían sería de carácter predominante religiosas y litúrgicas, si bien también muchos clásicos (de modo especial los latinos) iban llenando las estanterías de los monasterios. La Pecia cambió algo esto al quedar más separada del estamento religioso, pero el verdadero cambió llegaría en la segunda mitad del siglo XV con la propagación de la imprenta por Europa. Antes los libros los copiaba la Iglesia, por lo que controlaba su contenido, pero a medida que abrían más y más talleres, el control que podía ejercer el poder religioso y civil era menor, porque la edición se había hecho mucho más independiente. Hasta que los poderosos no se dieron cuenta del peligro que les suponía un negocio editorial fuera de su control, no se tomaron las primeras medidas legislativas y normativas referentes al impreso (a partir del siglo XVI).

Codex_GlazierEsto es lo que explica la ausencia casi total de pie de imprenta, portada y colofón con datos relativos al taller, lugar, fecha o impresor que editó la obra en los primeros incunables. La primera portada es del año 1500 y el primer pie de imprenta, un poco anterior, de hacia 1460 (Biblia de 42 líneas, editada por Schöffer, el sucesor de Gutenberg al frente de lo que había sido su imprenta). Por ello, catalogar y fechar un incunable suele ser una tarea difícil. Para poder hacerlo con precisión es necesario recurrir a otros elementos que son propios a todos estos ejemplares pioneros en la impresión, siempre antes del año 1500. El establecimiento de este año como división entre incunable y no incunable es del todo aleatorio, ya que hay libros posteriores que comparten las mismas características que uno editado en el año 1480, porque los cambios se irían implementando de forma paulatina.

Para comprender por qué estos primeros libros que abrieron camino en la industria editorial son particulares en características es necesario situarse en ese año de 1450. Hasta entonces, los códices manuscritos habían sido de acceso muy restringido, siempre para clases adineradas, nobles o monasterios, dado que los costes para su copia y difusión eran elevadísimos. Para copiar, iluminar y dejar terminado uno de estos códices era necesario el trabajo de, en muchas ocasiones, meses de trabajo; dependiendo claro de la calidad final y la perfección formal con que se quisiera dotar al ejemplar. Pero todo merecía la pena cuando el libro quedado listo con sus letras capitales decoradas, el texto encajado en varias columnas en bella caligrafía y sus ilustraciones, todas ellas únicas.

Por ello, los primeros libros que se imprimieron se hicieron pensando siempre en asemejarse a este modelo casi perfecto, el único que se conocía. Así es como se explica la disposición a varias columnas del texto en los incunables, el color negro del mismo (rojo para los títulos y capitales), los amplios márgenes (esto era muy habitual en los códices para posibilitar las notas manuscritas en los lados), la letra de tipos góticos (la redonda, aldina o cursiva, de lectura más cómoda, al menos para los lectores actuales, no sería introducida hasta finales de siglo por Aldo Manucio en su famoso taller veneciano) y, de forma curiosa, los huecos en blanco a lo largo de la mancha de texto.

Hojear un incunable y comprobar que cuenta con estos huecos en blanco en todo su texto resulta sorprendente si se ignora lo que explica este hecho: antes, los copistas encargados de copiar el texto siempre dejaban espacios para que fuesen los iluminadores los que los rellenasen con letras capitales ornamentadas u otros motivos. Esto se mantuvo en los incunables porque los impresores, en sus ansias de acercarse a los códices, pretendían que, después de impresa la tirada de una obra, un equipo de iluminadores los rellenase para que así el ejemplar pudiese ser vendido a un precio mayor. Sólo unos pocos fueron completamente iluminados porque, como puede deducirse, el ritmo al que se imprimía era muy superior al que podía siquiera acercarse un amanuense. No fue posible introducir ilustraciones en los libros impresos hasta que se combinaron los tipos móviles con el taco xilográfico, apto para este cometido.

ebook_2328230bEstas son algunas de las características básicas del incunable; evidentemente tienen más, pero creo que éstas explican por sí mismas el carácter mimético que poseían. Algo así está ocurriendo ahora mismo en la publicación de ebooks. Pretenden parecerse en todo lo que pueden al tradicional libro impreso, porque es lo que el público conoce, lo que lleva manejando durante siglos. Cambiar los hábitos ya asentados durante tanto tiempo en una sociedad es siempre muy dificultoso, ya que cualquier novedad suele ser recibida de forma hostil.

Ocurrió con el libro impreso en el siglo XV, cuando la nobleza y los que eran capaces de comprar manuscritos veían en la imprenta un modo de desvirtuar lo que ellos consideraban como el auténtico libro: el códice manuscrito. Algunos llegaron al extremo de mandar copiar a mano ejemplares impresos para incorporarlos a las bibliotecas.

Ocurre en el año 2012, cuando el lector medio y, de forma especial, las élites culturales ven en el ebook al asesino del libro. Yo lo veo cada día en las aulas universitarias, donde hay una mayor proporción de estas élites. Allí, la mayoría trata de resistirse a la fuerza de lo electrónico, a la posibilidad de llevar en cualquier momento todos los libros leídos y por leer en menos de doscientos gramos; lo que de otro modo serían kilos de peso y litros de espacio. No se puede negar que, aún así, el libro impreso siga siendo capaz de producir sensaciones únicas en quien lo sostiene: el crujido de sus páginas, la textura de sus guardas, el cajo tantas veces abierto o el olor derivado del tiempo pasado en la estantería.

Pero es que lo que resulta necesario comprender es que ambos modelos son perfectamente compatibles. Pueden y van a coexistir. Un libro impreso, con tapas duras, para leer en la deleitación; un libro electrónico para leer con comodidad en cualquier situación. Al principio resulta difícil hacerse a la lectura en tan maligno aparato, pero es cuestión de tiempo darse cuenta de que las páginas van pasando, la historia avanzando y de que, aunque parezca sorprendente, el apocalipsis no ha llegado al planeta por abandonarse al ebook.

Y lo dice un estudiante de Filología, que ama las palabras, pero que se ha dado cuenta de que cambios como este son imparables ahora como lo fueron en el siglo XV. Es cuestión de tiempo, de que el ebook encuentre su propio modelo y se independice de su padre de imprenta, tal y como hizo su abuelo el incunable con el artesano manuscrito.

¿O es que vamos a seguir dejando huecos en blanco?

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