¡QUINTILIO VARO, DEVUÉLVEME MIS LEGIONES!

Sergio Guadalajara

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Emboscada en Teotoburgo

O, más bien, “Quintili Vare, legiones redde!”, que es lo que en realidad repetía constantemente Augusto, el conocidísimo emperador romano, mientras se golpeaba una y otra vez la cabeza contra una puerta cualquiera. El motivo de tan insignes jaquecas fue la pérdida de las Legiones XVII, XVIII y XIX en la lejana Germania, siendo el culpable Publio Quintilio Varo.

El año 12 a.C. los romanos dieron por finalizada la conquista de Germania. Si bien fueron necesarias ciertas acciones militares para sofocar algunas revueltas en el norte de la región, comenzó lo que se ha convenido en llamar la “romanización”, es decir, la imposición del modo de vida y de las costumbres romanas a los pueblos que éstos iban sometiendo. No implicaba nada malo en sí, simplemente se adoptó el estilo de vida que se seguía en el Imperio, lo que en la práctica fue muy beneficioso para los territorios recién conquistados y, concretamente, para Germania: se construyeron nuevas y mejores vías de comunicación (las calzadas), con lo que también creció el comercio en la zona. Además, la presencia de las legiones romanas permitió la pacificación del entorno, plagado de tribus normalmente muy belicosas y dadas a las luchas fraticidas.

En un principio, los habitantes de Germania fueron reacios a aceptar la soberanía  de Roma, lo que poco a poco fue cambiando cuando se dieron cuenta de que, bajo la protección de esa potencia extranjera, su vida era algo mejor y más tranquila. Aun así, no es posible afirmar que los germanos viesen a los romanos con buenos ojos, ya que, si no se sublevaban, únicamente era por el respeto que infundían las entonces temibles e invencibles legiones romanas.

El año 7 d.C. Publio Quintilio Varo (representado en el anverso de la moneda que aparece más abajo) fue nombrado gobernador de Germania, donde llegaba después de haberlo sido en Siria. Pronto se hizo evidente que no era el gobernador más capacitado para tener el mando en una región tan conflictiva como aquella y, con su gestión, deshizo muchos de los avances que se habían conseguido con la romanización. Los germanos, antes algo tolerantes, se mostraron entonces en desacuerdo con su política, ya que la consideraban poco respetuosa (Varo estaba acostumbrado a los serviles y obedientes orientales y sirios y no a tener que tratar con hombres que se consideraban a si mismos como “libres”).

Así, fue creciendo la oposición, y uno de los germanos de confianza de Varo, Arminio, comenzó a preparar una trampa a las tropas invasoras. Arminio era hijo de un líder querusco (una de las tribus de Germania) que había sido miembro del Ejército Imperial y que, incluso, había conseguido la ciudadanía romana. Así pues, Arminio organizó secretamente a todas las tribus germanas para que reunieran todas las tropas posibles y sorprendieran en una emboscada a las legiones de Varo.

Sin embargo, las tropas romanas estaban formadas por soldados profesionales muy bien entrenados. Arminio había pertenecido a ese mismo ejército y, por lo tanto, conocía sus puntos débiles. Así, preparó la emboscada en un lugar en el que las legiones no pudiesen desplegarse en las posiciones de batalla en las que tan bien se desenvolvían. Trató de encontrar un lugar angosto y que, a la vez, sirviese de escondite a sus tropas: el sitio escogido fue el bosque de Teutoburgo.

El espeso bosque de Teotoburgo visto desde las alturas
El espeso bosque de Teotoburgo visto desde las alturas

Arminio consiguió despistar y engañar a Varo mediante falsos avisos de sublevaciones en el norte: su propósito era alejar en todo lo posible a los romanos del Rin, la frontera natural más cercana a Roma que, además, estaba muy bien fortificada y permitiría a los legionarios aguantar durante meses y recibir refuerzos del sur. Varo, o bien no se dio cuenta de ello, o bien estaba demasiado confiado de la supremacía romana, porque se dirigió despreocupadamente cada vez más hacia el norte con la intención de pacificar Germania de una vez por todas.

Ese no fue el único engaño que sufrió Varo: Arminio también le trasladó peticiones que, supuestamente, llegaban desde guarniciones y fuertes aislados para que éste mandase allí tropas de refuerzo. Así consiguió que el núcleo del ejército de Varo fuese decreciendo, pues una vez que esas “tropas de refuerzo” llegaban a sus destinos, eran aniquiladas por los germanos que les habían estado esperando.

Una vez que Varo y las tres legiones llegaron al bosque de Teutoburgo, su marcha se vio muy entorpecida: los caminos eran estrechos y tenían que ser despejados de maleza para poder avanzar y, junto a los legionarios, caminaba un gran número de civiles (esclavos, ayudantes, mujeres…) y carretas que lo único que hacían era entorpecer la marcha. Si esto no era suficiente, comenzó una gran tormenta que paralizó aún más a los legionarios al embarrar los senderos y hacerlos casi impracticables.

Cuando Arminio decidió que era el momento adecuado para lanzar el ataque sobre la lenta columna romana, consiguió evadirse con el pretexto de ir a buscar a unas tropas auxiliares que no estaban con el grueso del ejército.

Inesperadamente, los troncos de los árboles cayeron sobre los romanos y, acto seguido, arreció una tormenta de flechas. Los soldados germanos lo aprovecharon para lanzarse sobre ellos y, al principio, consiguieron acabar con un gran número de romanos gracias a la confusión del momento. Aun así, éstos luchaban con gran valor y trataron de aglutinarse en una formación compacta con la que repeler a los germanos. Sin embargo, estos últimos contaban con la ventaja de llevar un armamento más ligero que les permitía una mayor movilidad, a lo que se unía el hecho de no tener que ir avanzando junto a una lenta columna de civiles.

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Estatua en honor a Arminio en Alemania

Los romanos consiguieron aguantar ese día y salieron a terreno abierto, donde montaron un campamento en el que pasaron la noche, pero, una vez que se volvieron a adentrar en el denso bosque, la pesadilla continuó para ellos. El jefe de la caballería romana, Numonio, harto del acoso germano, trató de huir con sus hombres a la desesperada, pero fue inútil ya que todos ellos cayeron en su tentativa.

Varo, convencido de que la derrota era ya inevitable, se suicidó con la esperanza de no ser torturado; aunque más tarde los germanos remitirían su cabeza a Roma y quemarían su cuerpo… El único que consiguió escapar con éxito fue Casio Querea, que, junto a más de cien hombres, logró evadirse de las líneas germanas por la noche y llegó a una fortificación romana en el Rin, desde donde dio a conocer lo sucedido y aguantó un nuevo envite germano.

La derrota fue considerada un desastre en Roma, que no había conocido un fracaso semejante con sus legiones. Y no sólo impactó la muerte de casi veinte mil hombres; también fue considerado un deshonor el haber perdido los estandartes de las legiones XVII, XVIII y XIX. Éstos serían recuperados posteriormente por el general Julio César Germánico, que consiguió también derrotar a Arminio y a los germanos (gracias a ello recibió ese apelativo).

A pesar de que finalmente la derrota de Varo no fue tan decisiva como se creía (hubo un gran temor a una invasión bárbara en la península itálica), hizo que los romanos desistiesen de obtener el control de Germania, dejando las fronteras a lo largo del Rin.

Sin embargo, ¿quién podría haberles dicho que siglos más tarde esos bárbaros tan temidos acabarían por controlar Roma? Hay veces que la Historia da un aviso de algo más terrible que está aún por suceder.

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