SOBRE LA HISTORIA DE LA MISOGINIA

Julián Moral

La misoginia es una actitud de negación y rechazo por parte del “homo” masculino hacia cualesquiera cualidades o potencialidades positivas de la mujer. Rechazo y negación que generalmente derivan en desprecio, aversión u odio, que son lo genuinamente misógino. La misandria sería el reverso: odio de la mujer al hombre. Posiblemente, en esta actitud  misógina  juegan variables múltiples (psicológicas, antropológicas, sociológicas, culturales, históricas), pero, por exigencias de espacio y contenido, me centraré en la perspectiva histórica de la misoginia.

El ser humano, con independencia del entramado psicológico personal de cada individuo, se organiza como ser social, y lo hace en cada momento de desarrollo atendiendo a sus necesidades y objetivos como especie. En un principio, esa organización estaría muy condicionada por las necesidades básicas. La división de funciones, especialización y roles vendrían asignados sin una predeterminación de dominación de un sexo sobre otro. Pero, inevitablemente, esas funciones, especialización y roles determinan con el tiempo posiciones de prestigio, poder e influencia social de un sexo sobre otro hasta que la evolución y el desarrollo social generan nuevos cambios en esas relaciones y, lógicamente, resistencias o intentos de acelerarlos de modo preponderante.

Creo que hay un largo periodo histórico (más bien prehistórico) en el que la caza, el nomadismo y la poliandria-poligamia introducen una organización social con una cierta preponderancia del matriarcado, sobre todo por ser más segura la línea de sucesión materna. Desde el punto de vista mítico-religioso-ideológico, habría un cierto reforzamiento de esta preponderancia femenina: las Venus de la feminidad y demás figuras votivas del arte prehistórico serían una buena muestra al respecto.

Pero ya con la aparición de la agricultura, el sedentarismo, la revolución neolítica y la tímida, en un principio, introducción a la monogamia, la organización social evoluciona hacia un patriarcado con una posición predominante del hombre. Imaginemos –antes de su afirmación definitiva- un largo periodo de adaptación, resistencias y cambios que terminan reflejándose en las primeras creaciones jurídicas, mítico-religiosas y literarias, que son la semilla de la misoginia histórica.

La mitología griega crea las primeras imágenes negativas de la mujer: Pandora, las Arpías, Escila y Caribdis, las Furias…, que encierran un fuerte sentido ideológico. Posteriormente, Pitágoras relaciona a la mujer con el caos y Aristóteles se afirma en la presunción de la inferioridad biológica de la mujer respecto del varón.

Por otro lado, la tradición semítica contenida en las religiones del “libro” abunda en este sentido. La Biblia y los Padres de la Iglesia nos dejan testimonios como éstos: “Y yo he hallado más amargura que la muerte en la mujer, la cual es redes; y lazos su corazón; sus manos como ligaduras. El bueno delante de Dios escapará de ella” (Eclesiastés 7.26). En la Epístola de San Pablo a los efesios (5. 22-24) se dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos como al Señor”. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así  también las casadas  lo estén a sus maridos en todo”. Ya el Génesis lanza juicios muy severos contra la mujer por el pecado original, haciendo que la tradición judeo-cristiana asocie, de forma maniquea, a la mujer con el pecado, el engaño y la lujuria. Timoteo (1.14) carga las culpas sobre la mujer de forma contundente: “Y Adán  no fue engañado; sino la mujer, siendo seducida, vino a ser envuelta en transgresión”. El Corán reafirma el dominio masculino, y en la ley musulmana (Sharia) el testimonio de la mujer vale la mitad que el de un hombre.

En el Imperio romano de Augusto, Ovidio, en el Arte de amar, hace estos sabrosos comentarios que, si nos fijamos, están perdiendo contenido ideológico y ganando carga misógina  hedonista y costumbrista con tintes machistas. “La mujer domina el arte de arrebatar los bienes al amante  apasionado”; o este otro referido a la culminación del encuentro amoroso: “Podrías tú llamarlo violencia: grata es la violencia a las mujeres. En lo que les agrada ceder, muchas veces a la fuerza desean conceder.”

La Edad Media y sus élites dominantes: corona, nobleza y clero se nutren de la tradición mitológica y filosófica griegas y de la doctrina de la Iglesia en una amalgama retórico-ideológico- teológica conservadora y  costumbrista que reafirma el rol de la mujer como esposa y madre y las manifestaciones misóginas están imbuidas  de una fuerte carga de caracterización de la mujer y su cuerpo como representación del pecado, la lujuria y la suciedad, no creado a imagen y semejanza de Dios como el del hombre. Pero, a medida que avanza el medievo, el ascenso y valoración de la mujer se deja sentir a través, primero, de la asunción del papel destacado en el Nuevo Testamento por María y otras mujeres y, posteriormente, como resultado de su idealización en las cortes literarias, en las novelas caballerescas y en la novela sentimental cortés.

Si a esto añadimos el apoyo expreso de hombres de letras, nobles y élites políticas (concretamente en Castilla: Rodríguez de San Pedro, Pere Torrellas, Rodríguez del Padrón…) es claro que la actitud misógina también se posiciona y se expresa en formas literarias nuevas con una virulencia y carga ideológico-religiosa muy potentes y con un componente perverso y hasta patogénico en algunos de sus más destacados mentores. Por ejemplo, Alfonso Martínez de Toledo, en el Corbacho, nos deja una visión de la mujer que se podría encuadrar como paradigma de la misoginia más militante y dogmática. Martínez de Toledo se apoya en la tradición misógina medieval recogida en la retórica escolástica de los sermones, en la Reprobatio amoris de Andreas Capellanus y en la alegoría misógina de Giovanni Boccaccio, Il Corbaccio.

Es evidente para la crítica literaria que esta misoginia militante y beligerante es, principalmente, una reacción contraria a la corriente literaria del amor cortés, que exaltaba a la mujer y, en muchos casos, no dudaba en proclamar su superioridad y méritos sobre el hombre. Esto es, frente a una exacerbada exaltación, idealización y divinización de la mujer y el amor mundano, percibidos como herejía doctrinal y heterodoxia moral, reaccionan las élites eclesiásticas y determinadas élites culturales, describiendo a los hombres como víctimas del sexo femenino, enumerando con profusión de ejemplos y anécdotas los vicios, pecados y malas costumbres de las mujeres para producir un claro efecto de descrédito, desprecio y odio hacia ellas.

Hay en este momento histórico (s. XIV–XV) de mayor predicación de la actitud misógina, un convencimiento individual o, cuando menos, una predisposición al autoconvencimiento personal de la imperiosidad de la superioridad moral del hombre respecto de la mujer. Seguimos a Martínez de Toledo en su Corbacho: “¿Quántos enemigos tiene el mezquino del ombre? El mundo, el diablo e la mujer”. Es proverbial igualmente, y así se recoge en el Corbacho, la imagen de la mujer como  “cuchillo de dos tajos”. Imagen que se remonta a la Biblia (Proverbios, 5. 3–4): “Porque los labios de la mujer extraña destilan como panal de miel, y su paladar es más blando que el aceite”. Mas su fin es amargo como el ajenjo; agudo como cuchillo de dos filos”. Pero no sólo era el estamento  eclesial el impregnado de misoginia; en La Celestina del burgués Fernando de Rojas también se observa un fuerte componente misógino en el personaje de Sempronio. Así le responde éste a Calisto: “Que sometas la dignidad del hombre a la imperfección de la mujer”.

En el Renacimiento y el Barroco se rebaja un tanto el tono ideológico-religioso militante de la misoginia, pero continúan las manifestaciones de los hombres de letras en un tono más, digamos, macarrónico, casposo y populachero. Erasmo de Rotterdan (1466-1536) habla de la mujer como animal inepto y estúpido, agradable y gracioso; Francisco de Quevedo (1580-1645) ve tedioso tratarse con las mujeres salvo en los ratos de placer. Ya en las luces del XVIII y, posteriormente, con los adelantos científicos, técnicos y filosófico del XIX, las manifestaciones misóginas se adornan de cierta suficiencia de superioridad científico-técnica y apuntan  –ya cuando se comienza a plantear la emancipación de la mujer- a la línea  de flotación que implique o signifique igualdad de derechos políticos y sociales. Manifestaciones misóginas hacen Voltaire, Goethe, Balzac, Schopenhauer… Este último señala y define muy bien la misoginia con ribetes científico-filosóficos, el proclamar lo que podría ser el proceso de maduración ideal del ser humano, que en el hombre (según el filósofo) es más noble y perfecto porque es más lento y seguro que en la mujer.

El siglo XX y XXI propician una nueva dinámica en la relación de poder y en la asunción de roles entre el hombre y la mujer que implicará (implica ya en la actualidad) una situación absolutamente diferente y unas actitudes misóginas determinadas por variables cruzadas que han desbaratado desde la base la posición subordinada de la mujer (derechos sociopolíticos, incorporación masiva a la Universidad y al mundo laboral, independencia económica, control de la natalidad, libertad sexual…) y han supuesto una clara percepción de una mitad femenina en ascenso en una sociedad en la que las habilidades requeridas para triunfar están a su alcance y en muchos casos con ventaja respecto al hombre. Si a esto se añade que ir contra esta tendencia no sólo encuentra beligerancia femenina y feminista, sino que política y socialmente resulta incorrecto, tenemos el caldo de cultivo de una misoginia social, soterrada en unos casos y proclamada en otros, que nos hace recordar una vez  más que la misoginia es un fenómeno que está en la base de las formas que toman las relaciones de producción y en los roles principales que asumen el hombre y la mujer en cada momento histórico.

Por ello quiero citar un artículo de Soledad Gallego-Díaz en El País, 26.04.09, en el que se hace alusión a posiciones feministas (Alice Schwarzer, Marilyn French, Hilary Mantel) que alertan de la ocultación interesada sobre determinados comportamientos, actitudes y posicionamientos violentos contra las mujeres. Según Marilyn French “estamos ante una reacción, un contragolpe. Las mujeres han ganado poder y eso causa una tremenda furia en el mundo masculino (…) Todas las referencias al feminismo se censuran. Cada vez se habla menos del tema. Es terrible”.

¿Resistencias al cambio, aceleración en el cambio, nuevas formas misóginas, inversión en la dialéctica misoginia-misandria?

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