QUIEN MAL ANDA MAL ACABA

Pedro Centeno Belver

Francisco-de-Rojas-ZorrillaMás allá de la historia que comúnmente aprendemos en los libros, una historia de grandes hechos, actos heroicos o reales (en todos los sentidos posibles: veraces y de reyes), magníficas batallas o valerosas acciones, se encuentra la historia de cada una de las personas que han pisado la faz de la tierra. El problema que nos encontramos en este punto va más allá de cualquier valoración que pudiéramos realizar pues, si bien es cierto que nos sería imposible conocer la historia completa de cada una de esas personas, de algunas de las personas de las que sí nos han llegado biografías o noticias nos cabe preguntar: ¿Quién (y para qué) escribe realmente la historia?

La comedia a la que invitamos este mes es un ejemplo claro del problema sobre el que llamamos la atención. En efecto, Quien mal anda en mal acaba, de Rojas Zorrilla, narra la historia de una persona (aquí personaje) que existió en la realidad, Román Ramírez, desde el momento en que realiza un pacto con el diablo hasta que cae presa de las redes de la Santa Inquisición. Así, la comedia repasa diferentes momentos de la vida de Román Ramírez y, por ello, leeremos:

«Y aquí, pidiendo perdón,

Da fin esta verdadera

Historia, que sucedió

Año de mil y seiscientos…»

Versos que resonarán al concluir un drama en el que no pocos sucesos mágicos (y un demonio que se pasea junto a nuestro protagonista, como en el mejor Doctor Fausto de Marlowe) podrían alejar de la realidad cotidiana al espectador… Una realidad en la que no se era (como tampoco ahora somos, no nos engañemos) tan ajeno de creer en cosas ciertamente inexplicables: en efecto, la realidad no es, muchas veces, lo que es, sino lo que se quiere que sea. Del mismo modo, algunas páginas de la historia están escritas según esa realidad que se quería escribir y no con los hechos que pudiéramos considerar como históricos: la historia de Román Ramírez nos ha llegado según nos cuenta el juicio al que fue sometido por un tribunal que no necesitaba muchas pruebas tangibles. Este hecho es así hasta el punto de que, durante siglos, las diferentes menciones que se han hecho a nuestro protagonista han sido basadas en esas acusaciones como, por ejemplo, atestigua nuestro gran maestro polígrafo Menéndez y Pelayo:

“…otro nigromante morisco, Román Ramírez […] había hecho pacto con el dominio, entregándole su alma, a condición de que le ayudara y favoreciera en todas sus empresas, y le diese conocimiento de yerbas, piedras y ensalmos para curar todo linaje de enfermedades, y mucha erudición sagrada y profana, hasta el punto de recitar de memoria libros enteros. Viajaba a caballo por los aires. Restituyó a un marido, por medios sobrenaturales, su mujer, que los diablos habían arrebatado”.

bobos[1]
Escena de la representación de una obra de Rojas Zorrilla

Estas líneas que dedica el bueno de don Marcelino en la que fuera su gran obra (Historia de los heterodoxos españoles) demuestran que si un gran erudito más próximo a nuestra época que a las del propio sujeto no se cuestiona la andadura sobre un equino por los aires, muchas cuestiones de menos rareza deben enturbiar algunas de las líneas sobre las que se escribe nuestra historia.

En definitiva -y valga para irnos acercando ya al personaje de nuestra obra-, sabemos que Román Ramírez era un morisco natural de Deza dotado de algunas cualidades muy peculiares, como ser capaz de recitar de memoria novelas de caballería, una memoria prodigiosa y conocimientos médicos, quizá más propios que de curanderos. Lo cierto es que hablamos de unos años en los que la gente no era ajena a hechos prodigiosos, a charlatanes y a ilusionistas (recordemos el caso de Juan Rogé, unos años más tarde, que era capaz de beber varias arrobas de agua y devolverlas convertidas en vino o verduras).

Más allá de toda veracidad que queramos concederle a los hechos que se le imputan al pobre Román Ramírez y a que a día de hoy no podamos constatar si fue un buen o mal tipo, toda vez que los juicios a los que se le sometieron se escapan a toda razón argumentable hoy en día, aquellos que quisieron escribir la historia de este individuo quedaron retratados en el propio juicio (el tercero que se le realizaba) en que se le condenó: Román Ramírez falleció en los calabozos mientras se realizaban los preparativos del juicio y fueron una estatua del dezano junto a sus huesos los que recibieron la sentencia inculpatoria.

Vayan todos estos argumentos para crear una conciencia crítica en el lector de nuestra obra a la hora de enfrentarse a la misma. Hemos de decir que no es una mala comedia, en absoluto. Aunque en algunos casos pierda consistencia en las acciones de sus personajes y que alguna de las tramas secundarias sea prescindible pese a obedecer al carácter mágico de la trama, encontramos numerosos versos de bella factura y algunos de los motivos más habituales del siglo de Oro, como los celos y sus perjuicios (no se olvide que hay un asesinato -falso, pero asesinato al fin-); también se introducen motivos mágicos, que tanta fortuna tendrán en la tramoya rococó. Sin embargo, llama la atención que los motivos religiosos se traten más desde un punto de vista diabólico y el final sumamente abrupto con una resolución (no diremos si trágica o cómica) un tanto rocambolesca.

El lector bien podrá divertirse con sus versos en la actualidad, como turbarse con la historia que a veces se ha escrito si recordamos que parte de esos hechos imposibles que contemplamos en la comedia fueron tomados un día como ciertos.

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