FEDERICO I BARBARROJA Y SU MUERTE EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS

Julián Moral

barbarrojaEl belicismo de la sociedad feudal, el expansionismo de la Iglesia y la intensificación del sentimiento religioso, canalizados por el auge del pontificado, son algunos de los factores que, junto con las motivaciones de orden político y económico –control de las rutas religiosas y comerciales- y los ideales caballerescos de los que estaban imbuidas las monarquías occidentales del momento, impulsan por tercera vez a la cristiandad a la conquista de los Santos Lugares.

Federico I Barbarroja, poseído por una fuerte y mística decisión de liberar Jerusalén, fiel al principio de la primacía universal del Emperador, se pone a la cabeza de esta tercera cruzada (1189-1192), sentida como una obligación común por los estados cristianos occidentales.

En el verano de 1189, Federico se pone en marcha desde Ratisbona al frente de un ejército, que, según los cronistas, podría ascender a unos cien mil hombres, para atravesar Asia Menor. Hacia finales del mes de junio de 1190, después de numerosos choques, escaramuzas y verdaderas batallas, hostigados una y otra vez por los turcomanos, diezmados y sometidos al cansancio de las marchas, el hambre, el frío y el calor, los cruzados alemanes llegan a Cilicia, tierra a la sazón cristiana.

Aquí, Barbarroja decide darse descanso junto con su ejército, que acampa en la llanura, dejando a su hijo Federico de Suabia la responsabilidad del asentamiento del campamento. El Emperador y su séquito de confianza se instalan en el castillo de Dadjig, una fortaleza encajada en un promontorio rocoso al lado del río Saleph. Federico espera a que León de Armenia le asegure su tránsito a Tierra Santa por su territorio, ya que las embajadas de éste se mostraban evasivas y a sus deseos de ayudar a Federico contraponía recelos de mostrar a Saladino que dejaba expedito el camino a los cruzados.

Habría, por tanto, razones fundadas para que la estancia de Federico en las riberas del Salef tuviera imprevistas consecuencias: su hijo no vio nunca con buenos ojos la aventura cruzada; los barones y el ejército, cansados y diezmados, podían tener interés en terminar con la aventura de la conquista de Jerusalén y las intenciones de los príncipes y señores locales no estaban totalmente definidas.

Así las cosas, y siguiendo la explicación histórica generalmente admitida, Federico decide una mañana bañarse en las aguas del río Saleph como era costumbre en él. Al poco tiempo, en el campamento cruzado circula una triste noticia: ¡el Emperador ha muerto! Federico se había ahogado en el río mientras se bañaba (la mayoría de los textos que hacen referencia al hecho añaden el enigmático “en extrañas circunstancias”). La corte de su hijo se reúne una y otra vez hasta que decide seguir adelante para unirse en Siria con el ejército cruzado inglés y francés de Ricardo Corazón de León y de Felipe Augusto que van camino de Palestina. Allí muere a las puertas de San Juan de Acre el hijo del Emperador, víctima de la peste.

Federico I Barbarroja monumento en KyffhauserSin embargo, a esta muerte accidental y “extraña” del Emperador en el Saleph se le han buscado otras explicaciones, todas ellas relacionadas con el fatídico río. Así, el ahogamiento pudo deberse, en efecto, al baño, tal vez a causa de un infarto provocado por las aguas heladas. Incluso se ha señalado que pudo haber sido una caída del caballo al cruzar el río y que, debido al enorme peso de la armadura, el cuerpo del Emperador se hundió sin remisión sin que nada pudiera hacerse para sacarlo a tiempo.

Pero existe otra versión de la muerte de Federico I Barbarroja, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (versión novelada por Umberto Eco en Baudolino), según la cual su muerte se produjo en un aposento del castillo de Dadjig, cerrado por dentro y protegido por fuera por los hombres de confianza de su séquito personal de fieles, la noche antes de su inmersión en las aguas del río Saleph.¿Muerte natural, envenenamiento, intoxicación por inhalación de gases del fuego del aposento? Siguiendo la novela de Eco, los hombres de confianza sobre los que recaía la responsabilidad de la seguridad del Emperador, deciden, por miedo a perder sus vidas a manos del hijo y sus barones, evitando a la vez sospechas de responsabilidades entre ellos y posteriores enfrentamientos, fingir una segunda muerte una vez comprobado en la mañana el fallecimiento de Federico. Para ello disponen el cadáver, lo trasladan al patio, en donde, desde la tarde anterior, estaban preparados los caballos por orden del propio monarca, que quería bañarse en la mañana tal como lo había hecho en otras ocasiones y lugares. Así pues, sujetándolo en la silla, se encaminan al río y, tras un bosquecillo, lo aligeran de ropa y lo introducen en el agua, cuya corriente lo arrastra hasta el campamento cruzado donde es recogido cadáver.

¿Enigma? ¿Diferentes interpretaciones históricas? ¿O, simplemente, que los documentos y cronistas no arrojan luz suficiente y los historiadores cierran este capítulo con un “muere ahogado en extrañas circunstancias”? Umberto Eco recrea la historia en Baudolino para ofrecernos una narración llena de embrujo, misterio y fantasía.

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