EL CAPITÁN ALATRISTE

Pedro Centeno Belver

Traemos a estas páginas una novela algo diferente, posiblemente más ligera o, quizá, menos “histórica” que las que solemos proponer el resto del año. Es así, pues, que en esta ocasión nos acercaremos a una obra que perfectamente podríamos considerar juvenil o, tal vez, más novela de aventuras que propiamente histórica, El capitán Alatriste, de Arturo y Carlota Pérez-Reverte.

Las tendencias actuales para la mayoría de las producciones de ficción vienen a seguir comúnmente un patrón, si es que quieren vender lo suficiente, que mezcla una serie de ingredientes que, no hemos de olvidarlo, el lector demanda en su mayoría. Esto es, para escribir una novela que se venda en cantidad suficiente hay que seguir una receta de la que no podemos apartarnos mucho y, aunque -como, por otra parte, veremos unas líneas más abajo- no consigan estos en muchas ocasiones alcanzar el estatus de auténtica joya de la literatura, sí que consigue una más que considerable aceptación por parte de los lectores.

Este bien podría ser el caso de la novela de la que tratamos, pues no le falta uno solo de esos ingredientes que, aún más, enfocados a un público juvenil, configuran un auténtico éxito de ventas llegado de la pluma -o del teclado- de uno de los autores españoles más vendidos. Es cierto que no le faltaba a Pérez-Reverte alguna experiencia en la novela histórica, que también ha aprovechado posteriormente en algún oportuno centenario, pero en la presente nos ofrece un plato realizado según la receta a la que hacíamos mención. Así, una serie de aventuras viene a ser aderezada por algunas tramas secundarias, entre las que no puede faltar el amor, aunque sea de un joven de 13 años, salpimentada con unos personajes que, en ocasiones, ofrecen ejemplos del más clásico maniqueísmo; todo ello en una cocción lenta cocinada en los tiempos justos, hay que alabarlo, de manera que no se demoran los acontecimientos más de lo necesario (como sí sucede en otras novelas del autor) ni vienen a resolverse con presteza, aunque no faltan, evidentemente, algunas casualidades. Todo ello presentado en un plato hondo que muestra de una manera bastante convincente el siglo XVII español, aunque a veces se presenten algunos elementos demasiado manidos.

Visto así, evidentemente, no nos encontramos ante una mala novela, aunque el número de ejemplares vendidos siempre venga a poner en duda a los paladares más exquisitos la calidad de la obra. No estamos, es obvio, ante una de las perlas de la literatura, pero sí es una buena obra para incitar a la lectura a los jóvenes y, más concretamente, para animar a tomar la máquina del tiempo y trasladarnos a otras épocas, más o menos remotas o con mayor o menor gloria que la que se presenta en esta. Además, es cierto que algunos de los elementos más criticables vienen derivados de que el destinatario es un público joven, por lo que tales faltas bien pudieran ser, llegado el caso, virtudes. Veámoslas.

El protagonista de nuestra historia es el capitán Alatriste, un antiguo soldado que se gana la vida en la actualidad con trabajos de dudosa reputación, si es que alguna puede tener el vender su espada al mejor postor (o, más que su espada, sus espadazos). El personaje es una perfecta muestra del imaginario del espadachín de la época que, en este caso, conjuga además algunos de los rasgos del carácter de otros personajes que aparecen, como el mismísimo Quevedo, que será amigo suyo. De hecho, la aparición de amigos de tal grado se aprovecha con inteligencia para atrapar al lector, de manera que al presentar a un personaje histórico de sobra conocido por cualquier estudiante o cualquier lector medio, joven o adulto, se identifica y anima a proseguir la historia. Alatriste, pues, decíamos, es el espadachín prototípico de la época, pendenciero y, a la par, honesto, leal y, cómo no, católico. De hecho, no dudará en mostrar su honestidad y hacer gala de su honor en el asalto a los ingleses o en su renuncia a huir pese a saberse perseguido.

Algo más complicado es el narrador de nuestra historia, el joven de 13 años Íñigo. Y decimos más complicado por la técnica narrativa empleada. Así, si bien se emplea la primera persona con cierta frecuencia, partiendo desde esta misma se nos ofrece una suerte de narrador omnisciente, con cierta tendencia al detalle e, incluso, a la introspección en los pensamientos (los más primarios, eso sí, pues apenas llega a más que algunas palabras malsonantes) de Alatriste. A nuestro parecer, tales modos son, cuando menos, discutibles, toda vez que se rompe la armonía entre la experiencia vivida y el cuento relatado que debería ser más natural.

Asimismo, algunos pasajes resultan excesivamente sazonados de opiniones sobre la España de la época de dudosa objetividad y que únicamente van encaminadas a encontrarse con una afirmación del (joven) lector. Dicho en pocas palabras, el planteamiento en muchas ocasiones es infantil y más que predecible.

Con todo ello, por la trama bien hilvanada, por su presentación del Madrid (y, en general, de la situación española) del siglo XVII y por la presencia de diferentes personajes históricos, bien puede ser una novela apta para que nuestros adolescentes se sumerjan en sus páginas, pero también para tener a mano una lectura relajada, nada exigente, de poca o ninguna complicación técnica, pero muy amena y entretenida. Una buena manera, pues, de permanecer en nuestra máquina del tiempo sin grandes complicaciones o, por qué no, de enseñar a conducirla a nuestros jóvenes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio