CABALLOS DESBOCADOS

Pedro Centeno Belver

Así es como el tiempo vuelve a poner en escena los más curiosos y severos espectáculos dentro del corazón humano. El pasado reaparece, con toda su mezcla de sueños y aspiraciones, sin que el delicado barniz de la falsedad sea advertido sobre la tersa superficie de plata.

  La novela histórica, la novela en general, es un sueño que nos devuelve a la inquietud sobre el pasado, sobre los tiempos que no hemos podido -no nos ha tocado- vivir. De alguna manera nos transporta a una realidad diferente que cubre con un velo de irrealidad todo lo que es la vida cotidiana. Así, cualquier tiempo pasado fue mejor. O peor, según se mire. A través de las páginas de una novela vislumbramos, con su ficción o su reconstrucción de la realidad, un universo paralelo que nos evade del que experimentamos diariamente. Algunos escritores, además, nos regalan experiencias casi tangibles transportándonos con singular dulzura a lugares recónditos, sociedades místicas, religiones inexistentes, cultos sagrados, seres extraños o, simplemente, lugares que de alguna manera despiertan una extraña sensación de familiaridad o afinidad que no acertamos a descifrar.

La novela de Yukio Mishima, Caballos desbocados, nos transporta al Japón de 1932, apenas 19 años después de la acción desarrollada en primera parte de la tetralogía El mar de la fertilidad, esto es, Nieve de primavera. Honda, el gran amigo de Kiyoaki, será el principal elemento de unión entre la primera y la segunda de las novelas. Así, Honda es ahora un modesto y honrado juez que emplea casi todo su tiempo en el trabajo; hasta que un día descubre en Isao Linuma la reencarnación de Kiyoaki.

Es destacable la caracterización de Mishima de los personajes masculinos. Ante la delicadeza de Kiyoaki destaca la virilidad de Linuma, pero ambos aparecen como símbolos de lo que es la masculinidad, cada uno a su manera. Por ello, llenan de colorido las descripciones de pequeños detalles, algo que ya sucediera en Nieve de primavera, como, por ejemplo, cuando menciona la musculatura del brazo cuando el joven se encuentra en un torneo de Kendo.

Porque los detalles son la principal fuente poética de nuestro autor. Es meritorio destacar cómo cada mención de las sensaciones ante las que se enfrentan los personajes llenan de un florido bosque de experiencias la mente del lector. Cualquier visión o cualquier elemento de la naturaleza pueden dar lugar a una imagen lírica de la realidad:

Los techos de negras tejas de las alas de la prisión y los pequeños escudos de teja que coronaban los conductos de la ventilación, brillaban con la húmeda negrura de la tinta fresca. Al fondo de la escena, una chimenea enorme se recortaba, poderosa, contra el cielo desleído. Más allá, la vista ya no distinguía otra cosa.

Toda la obra está impregnada de este tipo de detalles. Un olor o una imagen pueden ser una hermosa manera de llevarnos al Japón del primer tercio de siglo. Sin embargo, no solo este tipo de elementos van haciendo singular esta novela: la gran cantidad de reflexiones de calado religioso o filosófico, en dosis muy pequeñas por medio de sutiles referencias, van nutriendo Caballos desbocados y dan contenido a todos los acontecimientos que tienen lugar. Por ejemplo, reflexiones sobre la maldad o sobre la situación contemporánea del Japón de 1932.

El joven Linuma es, pues, un joven fuerte, viril y gran defensor del emperador. Los tres lunares que declaran que es la reencarnación de Kiyoaki no hacen sino darle una mayor carga de tradicionalidad a lo que representa el personaje. En efecto, será uno de los principales detractores del espíritu liberalizador que sufría Japón desde principios de siglo y defiende a ultranza la necesidad de una recuperación total del poder por parte del emperador. Esto es, el regreso del Japón tradicional, alejado de su occidentalismo y de la apertura económica.

Apertura que se encuentra en el ojo del huracán para un grupo de radicales, de los que Linuma será el principal representante (hay que añadir que este personaje es el descendiente directo del tutor de Kiyoaki -por eso comparte su apellido- y que este se había consagrado como líder de una Academia de Patriotismo) y que atentará de diversas maneras con el fin de derribar la estructura económica del país.

Este tipo de intrigas hacen de la novela una historia mucho más dinámica que la anterior, si bien no falta el pincel que antes mencionamos a la hora de escribir pasajes líricos. Estos, desde mi punto de vista, son los que enriquecen con gran fuerza la prosa de la novela y los que nos trasladan verdaderamente al Japón que Mishima nos quiere dar a conocer.

Además, no deja de verse un paralelismo singular entre lo acontecido en la novela y lo que planearía hacer el propio escritor algunos años más tarde, una vez entregado el último folio de su última novela, última también de la tetralogía. Por todo ello, este es un libro al que invito encarecidamente al lector a descubrir. Perderse algunas horas en el Japón de Mishima será una experiencia muy agradable y placentera, pero será, sobre todo, eso, una experiencia.

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