SOBRE LOS TÍTULOS DE LIBROS EN LA EDAD MEDIA

José Guadalajara

Codice_medievalHay títulos de obras medievales que han quedado fijados en nuestra memoria de un modo tan exacto que no nos planteamos que los libros a los que aluden puedan titularse ya de otra manera. Y lo curioso es que muchas veces el propio autor no es el responsable de los mismos, bien porque el título no figura en los manuscritos o códices que conservan el texto o porque en el transcurso de los años ha sufrido alguna transformación ajena a su artífice.

Para empezar, nada mejor que hacerlo con un libro como el Cantar de mío Cid. Este título, o el de Poema, con el que otras veces es denominado, no se encuentra en el único manuscrito medieval que lo conserva y que se guarda actualmente en la Biblioteca Nacional. Es improbable que apareciera en el primer folio, hoy perdido, pues en la Edad Media, en todo caso, los títulos solían colocarse al final del texto, en el llamado explicit. Por lo tanto, nada sabemos del título que pudo ponerle su también anónimo autor ni si le hubiera gustado el que ahora lleva y con el que es conocido en todo el mundo. De este título es responsable el insigne Ramón Menéndez Pidal, que así lo denominó en la edición que de este cantar de gesta hizo entre los años 1908 y 1912.

También carente de título se muestra una obra de fines del siglo XII o principios del XIII, que Menéndez Pidal editó en el año 1900 y que tituló Auto de los Reyes Magos. Hoy es tradicionalmente conocido con este nombre, aunque Lázaro Carreter propusiera otro con el que también es citado con frecuencia: Representación de los Reyes Magos. En cualquier caso, una denominación contemporánea para una obra de hace ochocientos años.

Algo parecido sucede con el Libro de Buen Amor, sin título en los tres manuscritos que lo conservan. A Menéndez Pidal, una vez más, debemos esta denominación, que se ha convertido en clásica. El Marqués de Santillana se refirió a él en su Prohemio al condestable de Portugal como el Libro del Arçipreste de Hita, testimonio de la importancia y difusión de esta obra a partir de su composición en el siglo XIV.

De este mismo siglo procede una obra muy divulgada hoy en día, habitual entre las lecturas de los estudiantes. Me refiero al Libro de Patronio y del conde Lucanor, compuesto por don Juan Manuel, sobrino del rey Alfonso X el Sabio. Este magnate castellano, que tanto empeño demostró en la correcta transmisión de sus obras, quizá no habría visto con buenos ojos que su libro se vendiera hoy en las librerías con un título abreviado que lo identifica: El conde Lucanor. No pasa lo mismo con otros libros menos conocidos de su producción, tal como sucede con El libro del caballero y del escudero, que es citado con su título completo.

pictPero entre los títulos de obras medievales no hay ninguno tan famoso como el de La Celestina, escrita por Fernando de Rojas. No fue éste el nombre que le asignó el entonces estudiante de leyes en Salamanca sino el de Comedia de Calisto y Melibea en su edición del año 1500, circunstancia que cambió cuando poco después apareció rotulada como Tragicomedia de Calisto y Melibea. ¿Cuándo comenzó a conocerse entonces con el título de La Celestina? Probablemente, muy pronto, al menos en la tradición oral entre sus lectores, si bien la edición más antigua en la que figura con este nombre es en una italiana de 1519, en tanto que en España no fue titulado así hasta una edición hecha en Alcalá de Henares en el año 1569. Lo más curioso, por otra parte, es que el notario que realizó el 8 de abril de 1541 el inventario de los bienes de Fernando de Rojas, pues ya había muerto éste, citó su obra como Libro de Calisto. ¿Sería una denominación suya, un título extraoficial o una edición perdida de La Celestina en la que figurara el referido título?

Son muchos los manuscritos medievales que contienen textos no titulados. Yo mismo, cuando realizaba mi tesis sobre las profecías del Anticristo, me encontré en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia con uno de ellos. Lo denominé entonces, basándome en datos internos del propio texto, como Libro del conocimiento del fin del mundo, un título que ya ha sido adoptado en algunas monografías cuando ha sido necesario citarlo.

Ejemplos y casos como éstos que he abordado en este artículo nos ofrecen una práctica habitual no solo propia de la Edad Media con respecto a la titularidad de las obras, sino también de otros momentos históricos e incluso de nuestra época. Es cierto, sin embargo, que muchos códices y manuscritos medievales han llegado hasta nosotros sin título identificativo y que sus descubridores o editores se han visto casi en la obligación de optar por un rótulo que los identificara. Diferente es el caso de aquellos que ya lo llevaban y que por razones de facilidad identificativa o brevedad han sido alterados.

¡La vida misma! Como el que se llama José y le dicen Pepe.

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