LA MALDICIÓN DEL REY SABIO (II)

Pedro Centeno Belver

Como dijimos en la primera parte de nuestra crítica, La maldición del rey sabio ofrece recursos suficientes como para agradar a muchos tipos de lectores. En efecto, muchas son las tramas que se trenzan para hilvanar un buen argumento que añade el valor de enfrentarse a una época poco llevada a la literatura. Podemos distinguir tres aspectos de la novela, heredados de dos sub-géneros literarios:

LA NOVELA HISTÓRICA

José Guadalajara viene demostrando su destreza literaria en la novela histórica desde su primera obra, Signum. A partir de ahí, nuestro autor evoluciona constantemente recreándose en este género para llegar a experimentar con él en La reina de las tres muertes. La pluma del escritor madrileño llega a retratar con tal detalle cada pasaje histórico que llega a confundirse lo histórico con lo literario y, no me cabe la menor duda, cada una de las pinceladas que conforman el cuadro es un aliciente más para entregarse a la lectura de sus novelas. La muy compacta Edad Media de Signum se torna más dinámica en Testamentum para finalmente regalar una excelente recreación del siglo XIX en La reina de las tres muertes, cuya primera parte es ejemplar.

La sensación que produce La maldición del rey sabio es la misma: nos sumergimos en otra época. Los tiempos se manejan perfectamente y el espacio se reparte hábilmente aunque nos movamos con frecuencia del scriptorium a la corte, a las calles o a la casa de El Velludo. Con esto se consigue una sensación de amplitud y realismo, perlado de descripciones de escenas y lugares con la riqueza característica de nuestro escritor, que permite oler las esencias, palpar los pergaminos y pisar los suelos de las calles.

Por su parte, el tiempo avanza y se ralentiza conforme lo solicita la acción. Por ello, pese a que los diferentes argumentos de la novela transcurren de continuo, la línea temporal avanza unos meses o se detiene en unos días sin que haya una ruptura de la armonía con que transcurren. Es decir, la novela está bien desarrollada y se hila perfectamente lo histórico y lo ficticio/narrativo.

Precisamente aquí es donde entra en juego todo el vasto conocimiento de la Edad Media de nuestro autor. La pugna por el poder que abre Sancho transcurre en este tiempo que acabamos de describir; y en él conspira, pacta, promete, amenaza y lleva a cabo toda su actividad política (también bélica). Es interesante destacar cómo se logran momentos de gran tensión (la maldición de Alfonso al propio Sancho, la obligación o maltrato a los disidentes…) en medio de apreciaciones históricas que nos instruyen a la par que construyen nuestra narración.

LA NOVELA DE INTRIGA

Una de las constantes hasta ahora en la obra de Guadalajara es la inclusión de un enigma o intriga con el que atrapar al lector en la narración. De hecho, no faltarán en esta novela algunos puntos comunes que nos recordarán motivos de las anteriores, si bien nos quedará la sensación de que estamos ante elementos completamente novedosos e igual de bien, o mejor, conjugados que en sus predecesoras.

En primer lugar, tenemos como uno de los puntos centrales un motivo que a quienes lo amamos nos atrapa por completo: el ajedrez. En torno a la desaparición de un libro de mansubats junto a La escala de Mahoma, hurtados para conseguir unos maravedíes se van cosechando una serie de muertes de difícil resolución. El asesino, además, estará o parecerá estar muy cerca de nuestros principales protagonistas (amén del Sabio, claro), Diag Mansel y Lorenzo. Los elementos se van dosificando con sofisticación, como apuntamos al tratar del tiempo en la novela, de modo que cada vez estaremos más expectantes, sobre todo cuando se presencien conversaciones con el asesino hábilmente enmascarado por el narrador como si portara un antifaz.

En este sentido, nos recuerda a la gran obra de Eco, El nombre de la rosa, por cuanto paseamos, escuchamos, oímos, presenciamos todo en un ambiente que en ningún momento nos aleja de la narración. Así pues, como novela de intriga, también nos encontramos ante una notable obra merecedora de todos los elogios.

Por tanto, estamos ante un marco ideal para unos personajes bien trabajados, elaborados y que evolucionan coherentemente con su psicología. El rey sabio ve cómo merman su salud y su poder ante su reino; Lorenzo y Diag desarrollan una férrea amistad; Sancho incrementa su ambición y su codicia… Las descripciones son precisas, impactantes; la pluma de Guadalajara se detiene en los pequeños detalles que conforman la calidad de cada uno de ellos; por eso no es de extrañar, como suele ser habitual, su preciosismo en las féminas que, como Violante, suponen un deleite estético con matices ricos en cromatismo que permiten algún espacio a la intuición.

Porque, pese a tardar, el tema del amor se convierte en uno de los hilos narrativos que se apuntan sutilmente desde la compra del gran tratado amatorio El collar de la paloma o las menciones a Ovidio. Nada parece casual, todo se va enunciando con delicadeza y ternura cuando de estos temas se trata e, incluso, los momentos más dulces del rey sabio llegan cuando rememora los abrazos y besos de su primer amor. Es importante anotar este matiz por cuanto las descripciones de la enfermedad de don Alfonso llegarán a repugnar por detallismo y certeza, enriquecidos, por otra parte, eruditamente, con alguna que otra mención a la medicina medieval.

En consecuencia, nos encontramos ante una muy buena novela que marca la diferencia con respecto a las que habitualmente abundan en los estantes de las grandes librerías. Es difícil encontrar obras en las que quede de manifiesto tanta pasión por la historia y la literatura como en esta, pero más lo es encontrar tanta pasión por el lenguaje. Por este motivo, la novela comienza sin prisa, como generando una espiral en la que atrapar al lector hasta su conclusión, pero sin pausa, como no se detiene el ritmo de la historia. Una vez dentro, tendremos hábilmente encajados momentos de tensión, de dramatismo, de calma, de sabiduría y, para colmar la enumeración, de poesía.

Una gran novela.

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