LOS BESTIARIOS Y SU SIMBOLISMO

Julián Moral

188Bestiary_panther1El recurso literario, pictórico y escultórico de la figuración simbólica de elementos de la naturaleza, de animales, seres monstruosos, gigantes, híbridos, etc. fue profusamente utilizado en la Edad Media, aunque hundía sus raíces en la Antigüedad, en las revelaciones bíblicas y, más lejos, en las viejas leyendas y mitos arcaicos de los pueblos animistas.

Desde la mitología, la literatura y el arte antiguos, los libros revelados y la profunda imaginación y religiosidad medievales, y aún con posterioridad la literatura de viajes y descubrimientos, o incluso en la actualidad (cine, comic), el ser humano pone a los animales, monstruos, gigantes y otros seres desproporcionados o imposibles en su imaginación al relacionarlos, primero, con diferentes mitos y leyendas; después, en un proceso exegético de la revelación, los superpone, ya en el medievo, en una dinámica de espiritualización alegórico-moralizante (Bestiarios) y de metaforización lírica después (Bestiarios de amor). En estos últimos se diluye ya el carácter teológico y didáctico. Ya al final del medievo y en el Renacimiento, los libros de caballerías y la literatura de viajes imprimen al abigarrado universo de monstruos y bestiarios un impulso fantástico-maravilloso que se prolonga durante mucho tiempo y que, de alguna forma, pervive en nuestros días.

Los monstruos, animalias y bestiarios combinan la fascinación de los viejos mitos del universo mágico en conexión con la naturaleza, la especulación histórica antigua, la mística teológico-religiosa medieval, la fantasía literaria y lo maravilloso de aventuras y relatos de viajes y descubrimientos.

Los orígenes del simbolismo animal lo relacionan los antropólogos, psicólogos, historiadores y estudiosos del tema con el totemismo y el inconsciente arcaico colectivo compuesto de arquetipos. Los monstruos y bestias de estas antiguas creencias siguieron muy presentes a través de los siglos. La fascinación por animalias y “razas” monstruosas e híbridos quiméricos: centauros, grifos, unicornios, gigantes, caníbales, blernias, esciápodos…, siempre en los límites de lo geográfico, lo humanizado, lo civilizado, fue una realidad histórica.

Herodoto da noticia de unos pueblos, los colatias y los padaios, entre los cuales era normal comerse los cadáveres de sus padres y de los enfermos. También habla de una región que era “habitada por hombres monóculos”. Estrabón habla de “hombres salvajes” que la tradición antigua y medieval sitúa en lugares apartados y agrestes, antítesis de los lugares poblados y la civilización. Algunos autores apuntan la hipótesis de que sean un recuerdo arcaico de antiguos grupos humanos extinguidos. Los Cíclopes son mencionados por Homero en la Odisea, Hesíodo en la Teogonía y Eurípides en la Orestiada. Los gigantes son mencionados en la Biblia, en las Etimologías de Isidoro, en la tradición mitológica: Titanes, Polifemo, Caco. Unos y otros son el paradigma de la desproporción, la desmesura, y el caos, que dominan en el desorden de las zonas sin civilizar, agrestes y montaraces.

ASPIDTambién existe una relación directa de las razas malditas (Gog y Magog aliados del Anticristo, Ezq. XXXVIII – XXXIX y Apo. XX) y los bestiarios, con toda la escatología del final de los tiempos, muy arraigada en la tradición semítico-cristiana y conectada con el medievo (ver Las profecías del Anticristo en la Edad Media, José Guadalajara). Más tarde, el Corán en la Sura de la Caverna XVIII, 84 – 97 también hace mención a los pueblos impuros Yayuy y Mayuy: Gog y Magog, y el Pseudo Calistenes, Vida y hazañas de Alejandro Magno relata que el héroe macedonio confina hasta el final de los tiempos –igual que luego el Preste Juan- a estos pueblos impuros antropófagos.

Las obras de historia natural de la antigüedad clásica, en general, buscaban la verdad objetiva a través de la observación y el interés por lo mítico, enmarcándolo en creencias filosófico-religiosas (principalmente estoicas) con intención moralizante: Hipomax de Efeso, Hermes Trimegisto, Plinio el Viejo, Plutarco, Solino… La expansión del cristianismo durante los primeros siglos de nuestra era desplazó a las antiguas religiones y creencias paganas europeas, pero sin arrancar del alma de las gentes los residuos de sus creencias ancestrales. La nueva religión fue muy hábil y pragmática al poner en ejecución un elaborado sincretismo.

El Physiologus, redactado por un monje griego (¿alejandrino?) a comienzos del cristianismo, es una síntesis o compendio de ciencia natural, con contenido alegórico-religioso, que tuvo gran difusión en el medievo y sirvió de base a muchos bestiarios medievales. Este tratado zoológico-simbólico, con influencias de la época alejandrina de los siglos I y II (Filón de Alejandría, Orígenes), influye a su vez en la literatura patrística: San Clemente, San Agustín, San Isidoro. A partir del siglo VII, la tradición alejandrina de estos tratados se contamina de noticias de origen bíblico, produciéndose, posteriormente, el tránsito del Physiologus a los Bestiarios que, en el siglo XII, reciben este nombre. En este siglo se compilan materiales de ambos, incorporando aportaciones de Plinio, Solino, San Isidoro y San Clemente, que, ya en XIII, se amplía con obras de Tomás de Cantimpré, Vicente de Beauvais, Alberto Magno…, cuya influencia se deja sentir, sobre todo, en la retórica de los predicadores.

La ciencia y la naturaleza empezaban a utilizarse a través del tamiz cristiano como un apoyo didáctico-ilustrativo de las verdades teológico-religiosas y como respaldo de la palabra divina de las escrituras evangélicas. En fin, un proceso transformador que va de las fuentes antiguas, pasando por el Physiologus, a la tardía Edad Media a través de la literatura patrística y los Bestiarios en un salto de una moral esencialmente práctica, mundana y laica a una moral religiosa y trascendente.

Si nos acercamos al fenómeno animalias, monstruos, híbridos, etc. desde una perspectiva que combine lo biológico, antropológico-cultural, filosófico-religioso y psicológico, conviene señalar desde el principio que en el pensamiento antiguo y medieval occidental se parte de la idea de que el ser humano es el único ser moral, pero no de forma natural en conexión con la evolución, sino a partir de un momento mítico, mágico o religioso. Una visión que ponía a los humanos fuera de la naturaleza en un prurito antropológico de huir de la pura animalidad.

En la antigüedad arcaica el triunfo del héroe sobre los monstruos, gigantes o animalias (reales o imaginarios) radica, principalmente, en el temor ancestral a lo desconocido, al peligro encarnado en todo lo disforme o multiforme que, instintivamente, provoca una respuesta emocional de rechazo a lo injusto, tenebroso o caótico y de repulsa a la demoníaca fuerza primitiva. Ya en la antigüedad clásica, la representación de razas y monstruos imposibles era utilizada para demonizar a otros pueblos y para moralizar sobre el valor de lo equilibrado y previsible en contraposición a lo deforme y desproporcionado como signo de corrupción. La asimetría en la antigüedad clásica estaba asociada a lo demoníaco, monstruoso, híbrido, implicando una connotación negativa desde el punto de vista moral, que, a su vez, conllevaba el sometimiento de lo salvaje a lo civilizado, de lo desordenado al orden armonioso, de lo violento y agreste a lo culturizado.

BNF lat. 14429, Folio 111rLa Edad Media somete los tratados científicos y pseudo-científicos del mundo clásico a una profunda revisión: una medievalización y cristianización de la visión de la naturaleza y los animales que amalgamaba el mito, la historia antigua y la exégesis bíblica para tratar de explorar la verdad divina a través de la interpretación alegórica del mundo natural. La infrahistoria del universo animista, del momento mágico-mítico del triunfo del héroe, se transforma en triunfo de Dios, Jesucristo, la virtud, la fe, etc. sobre el demonio, el pecado, el mal, alegorizados por monstruos, híbridos y animalias.

El alegorismo con el que los bestiarios medievales alimentan la imaginación popular se puede observar en las múltiples representaciones en piedra, códices y copias manuscritas profusamente iluminadas, en las que las animalias más repulsivas y deformes siempre representan el mal. En el contexto cristiano medieval estas representaciones y expresiones simbólicas, en general, significan peligros espirituales sobre la base del peligro físico que las animalias realmente tienen, poniendo de relieve la tensión entre el contenido ideológico-religioso y moral de los textos y la descripción y representación que resaltaba los aspectos más deformes asociándolos a las más bajas pasiones. La fealdad exterior, la desproporción, la desmesura, una vez más, daban la clave de la corrupción moral, el pecado y lo desordenado.

Por otro lado, y ya en otro plano, conviene señalar el dualismo animal-humano generado en la tradición greco-romana y judeo-cristiano-musulmana, que no tiene paralelismo en ninguna otra filosofía o religión. En el pensamiento oriental no ha existido una línea divisoria tan clara entre naturaleza, humanos y animales. Hay, en cambio, en la cultura occidental y semítica una suerte de contaminación por sentimientos de superioridad hacia los animales que trata de situarnos en un contexto más amplio o superior que las religiones del libro reafirman. Seguramente este dualismo cultura-naturaleza, este rechazo biológico intrínseco, este etnocentrismo antropológico-religioso, pueden estar en la base de la tesis que el famoso primatólogo Frans de Waal desarrolla en su obra El simio y el aprendiz de Sushi, uno de cuyos pasajes reseñamos: “La gran cadena de los seres vivos de Platón, que coloca a los humanos por encima de todos los otros animales, resulta completamente ajena para la filosofía oriental, según la cual la reencarnación del alma puede ser de muchas formas y estilos”, (animales superiores, inferiores, etc.)”. “Por ello ―continúa Frans de Waal― en una religión en la que no se da por sentado que sólo una especie tiene alma, ni el antropomorfismo ni la evolución levantan polémicas”.

Pero, por encima o con independencia de las significaciones tipológicas, de la prefiguración literaria o iconográfica, de los símbolos místicos y paradigmas morales y de la eterna batalla entre el bien y el mal que subyacen en este abigarrado panteón de monstruos y animalias, no cabe duda de que estamos ante una de las más ricas expresiones culturales de la humanidad.

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