UDRÍS, MÍSTICOS, TROVADORES… Y EL AMOR

Julián Moral

trovadorismo-imagenLa fórmula “del amor nace castidad” está en el trovar de los poetas corteses, en el predicar de los “perfectos” cátaros y en la lírica de los místicos sufíes y cristianos. También en la estilización amorosa neoplatónica en la que el componente sensual-sexual se difumina en contemplación y espiritualización. El sentimiento amoroso como complemento a la pulsión meramente sexual es una de las más preciadas adquisiciones culturales del ser humano y de las que más lo determinan como ser pensante. Transformar el amor sensual-sexual  en espiritual o intelectual es un hecho que encontramos en procesos literarios independientes entre sí, pero con remotas y cercanas conexiones en sus sensibilidades que hacen suponer actitudes internas e influencias externas, más o menos paralelas, que determinan que, sobre la trama de la pasión amorosa, se levante una trama igualmente pasional y amorosa, sentida a lo intelectual, espiritual o divino.

Estas coincidencias entre la lírica amorosa italiana a lo divino, la mística musulmana sufí, la trovadoresca y la mística cristiana, los neoplatónicos y los vírgenes udrís se resuelven en toda una imaginería simbólica y en un compartir un sentido de amor puro que minimiza la esclavitud de los deseos sexuales-sensuales y hace prevalecer el amor a Dios, a la dama idealizada, a la suprema espiritualidad de la belleza, al estado de unión del alma y la voluntad divina. Estas sensibilidades todas tienen el denominador común  del amor como motor de sus inspiraciones o estados de creación lírica y ascética y, siguiendo el símil matemático, su máximo común múltiplo en la concepción del amor como ideal: de pureza, belleza, espiritualidad, perfección, unión, trascendencia, etc., en un excitante, aniquilante y permanente deseo que actúa de combustible inagotable.

Hay una evidente analogía de sensibilidades entre los tratados sobre el amor, tan alejados en el tiempo, de Ibn Hazm  de Córdoba (s. XI) y el del neoplatónico renacentista de Andreas Capellanus (s. XV,) así como los sentimientos, tipos y situaciones de la lírica trovadoresca provenzal o de los poetas italianos del siglo XIII y del “stil novo” y la lírica de puros y místicos sufíes y cristianos, a pesar de las distancias temporales y geográficas. El amor es una constante en todas estas sensibilidades; el amor como religión, como elección espiritual, como camino de pureza y perfección, como éxtasis de contemplación. Pero también el amor como rechazo de lo tangible, como espera de Dios o la Dama, como ardiente deseo perpetuamente insatisfecho. El eje gozo-sufrimiento está presente en la lírica cortés y en la mística sufí y cristiana y el placer voluptuoso de la privación adquiere tintes psicótico-masoquistas, como si la ilusión permanente del deseo terminara siendo más satisfactoria que la culminación. No es tópico que el masoquismo tiene un cierto componente de sensualidad.

Liedplakat_Februar_2009La relación entre cuerpo y alma, o soma y psiquis, que se establece en los enamorados, se resuelve desde Platón, los neoplatónicos (Ficino, Plotino…) y los neos del Renacimiento (Castiglione, Pico de la Mirandola…) por la vía de la espiritualidad: la identidad de las almas y la contemplación de la belleza. El deseo sexual no satisfecho lo han expresado muchos poetas en su delirio poético desde la antigüedad a nuestros días. Cuando menos se pueden satisfacer las necesidades sensuales, más arriba suben los espíritus. Lo vemos en la tensión amorosa nunca satisfecha en la poesía trovadoresca y en los ecos platónicos que nos dejan estos versos de Ibn Hazn de Córdoba en El collar de la paloma: “La unión de las almas es mejor mil veces que la unión de los cuerpos”.  La belleza de la naturaleza y de la creación artística actúan como consuelo del amante siempre relacionando las emociones con el amado.

No se puede negar la conexión de la poesía amorosa de Fray Juan de la Cruz con el neoplatonismo y humanismo renacentista: la naturaleza como fusión de belleza material y espiritual. Igualmente, algunos místicos sufíes (sobre todo derviches) defendían el amor platónico y “la legitimidad de observar con placer (y para acelerar el éxtasis místico) hermosos rostros de adolescentes”. ¡Realmente inquietante! Por otro lado, el amor de neoplatónicos y místicos tiene mucho que ver con el amor ausente de los trovadores, “amor de lonh” y de los poetas del “fins´amors”: ante la imposibilidad de la realización amorosa plena, surge la sublimación espiritual-poética; aspiración a la máxima belleza; a la comunión “amada en el amado transformada”, que no deja de ser la esencia de la transformación de lo erótico en lo místico. Para el místico, al espiritualizarse la sensualidad, se torna en virtud: “y si con templanza y discreción tratamos el amor que tengo dicho, va todo meritorio, porque lo que nos parece sensualidad se torna virtud”. (Teresa de Jesús, Camino de perfección).

Esa ansia de amor y afán de belleza llevan al amante al autoengaño de mantener la llama viva de la pasión y, en los místicos, por sus especiales condiciones sociales e ideológico-espirituales, a la transformación de lo amado en la más alta aspiración de su contemplación en la otra vida: “que muero porque no muero”, como culminación de un proceso de enajenación en el que el deseo de la muerte dará vida. El místico sufí de los siglos IX–X, Al-Hallaj, se expresaba así: “Me he transformado en Aquel a quien amo, y Aquel a quien amo se ha transformado en mí”; o también “mi muerte es vivir y mi vida morir”.

La larga tradición poética árabe, incluso anterior a la islamización, nos habla de desamparo, soledad, renuncia, pureza y belleza en una poesía turbadora llena de referentes simbólicos con indudables paralelismos con  las sensibilidades que venimos señalando. La doctrina del amor puro estaba muy arraigada en la espiritualidad árabe preislámica. El amor “udrí”, llamado así por la tribu de Arabia de los Barun Udra (V–VI), era practicado por los llamados “hijos de la virginidad”: gentes que morían de amor, activistas de un idealismo refinado y practicantes de una ambigua castidad cuyo norte erótico era la mórbida perpetuación del deseo. Entre las tradiciones piadosas musulmanas se encuentra una sentencia (a veces atribuida al profeta, pero seguramente anterior) cargada de ascetismo: “El que se enamora y es casto y muere, muere mártir”. (Ibn Hazm de Córdoba).

tristanandiseult922io1-e1294302254315La mística sufí nace a finales del primer siglo de la Hégira (VIII d.C.) y su poética sobre el amor es, a veces, deliberadamente críptica y espiritual: poesía a lo divino, pero, en muchos casos, cargada de metáforas sensuales: “Mis ojos han bebido el embriagante vino del Amor/. Mi copa era su rostro que superaba toda belleza” (Al Farid, s. XII); o estos versos del sufí iraní Háfiz de Chiraz (s. XIV): “Jamás desaparecerá de mi pensamiento emocionado la imagen de su boca (…) en la pre eternidad, ya estaba mi corazón unido a los bucles de tus cabellos”. El egipcio Ibn al Farid (Elogio del vino) canta, dándole un sentido místico, las delicias de la embriaguez y del amor. Ibn al Arabí de Murcia (s. XIII) en su obra Intérprete de los deseos, al igual que posteriormente Fray Juan de la Cruz (s. XVI), glosa sus versos de amor ardiente a Nizan, amada trascendida y espiritualizada a la imagen de Dios.

Y es que la ambigüedad de los versos cargados de erotismo de místicos sufíes y cristianos castellanos es evidente: “acaba ya si quieres/ rompe la tela de este dulce encuentro” (Fray Juan de la Cruz). ¿No significan de manera explícita la entrega total y la ofrenda de la virginidad? Quizá; pero, aunque detrás oculten un simbolismo (la tela de la vida), Fray Juan juega con fuego y se inspira, como los místicos sufíes, en una realidad y deseo puramente sensuales; sus versos de amor no explicitan un sentido místico. Son versos abiertamente eróticos las liras del Cántico Espiritual que, como los versos del  Cantar de los cantares bíblico, requieren una exégesis para comprender su significado en el plano espiritual. El asunto es que resulta mucho menos complicado darles una explicación profana por lo meridiano del plano literal que una explicación místico-trascendente que se pierde en argumentos contradictorios, crípticos o manidos y se acomoda a los postulados teológicos, resultando las explicaciones de Fray Juan poco esclarecedoras, pareciendo más que una anti-exégesis una defensa o justificación (no olvidemos que fue denunciado a la Inquisición) de la inquietante y perturbadora carga de sensualidad y erotismo contenida en las, por otro lado, espléndidas liras. La misma Teresa de Jesús dudaba sobre la naturaleza de la realidad del amor sensual y del espiritual: “sino que ni yo sé cuál sea sensual, ni cuál  espiritual, ni sé cómo me pongo a hablar de ello” (Camino de perfección) o también:  “paréceme queda dicho de los consuelos espirituales, que algunas veces van envueltos en nuestras pasiones” (Las Moradas).

Pero esta lírica erótico-espiritual también entronca con la poesía cortés y algunos de los motivos y simbología son coincidentes. Luce López-Baralt sospecha que existen ingredientes islámicos  -concretamente elementos de la poesía mística sufí en clave-  en el “trovar clus” de los provenzales. También Menéndez Pidal habla de la influencia arábigo-andaluza y convendría señalar también que, en el mismo lugar y época en que nace y crece el catarismo (recordemos que “los perfectos” hacían voto de pureza), florece la lírica trovadoresca y que muchos trovadores (Pierre Roger, Peire Cardinal, Peire Vidal) fueron favorables al catarismo. El místico (sufí o cristiano), al igual que el “domnei” del amor cortés, está determinado o atrapado en la fidelidad y la obediencia y pasa por los estadios convencionales de pedir, rogar, conocer y amar y, en muchos casos, desear la muerte, única forma de estar en comunión con la amada.

besetsNo obstante, no pretendo negar que la poesía de los místicos esté cargada de valores ideológico-religioso-teológicos que alegorizan la unión mística con la  divinidad. Pero la imaginería erótica, la “poética del delirio”, no puede disociarse del hecho de que la poesía para poetas árabes udrís neoplatónicos, místicos y trovadores era un mecanismo de descarga de toda esa emotividad, sensualidad y pasión acumuladas: unos poniéndolo en la idealización de la pureza y la belleza de la amada; otros, en la simbiosis perfecta de la Unidad-Dios Creador; otros en el sufriente deseo de la fusión amorosa con el supremo Amador-Redentor. Poesía que tendía a la luz pero que se alimentaba de las sensaciones de los sentidos, de las pasiones contenidas, de los deseos cercenados. Porque estos poetas del amor erótico-místico-platónico se pueden referir a Dios, al alma, a la Unidad, a la belleza espiritualizada, pero, en el fondo, y casi sin ninguna duda, describen sus propias experiencias: abstinencia, mortificación, ascetismo, dolor y angustia agónica  que reflejan actitudes no exentas de un componente psicótico-masoquista que entronca con la actitud casi patógena de vivir en el permanente deseo insatisfecho y su sublimación sin límites: “deliciosa herida”. Esta clase de amor que engloba lo físico y lo metafísico en un trauma psicológico o psicótico no tiene más salida que el desgarro personal en la inanidad del perpetuo deseo o en la trascendencia del amor, la belleza o la pureza, en espera de cumplida recompensa y realización tras la muerte que justifican estos versos: “que muero porque no muero”.

A los poetas preislámicos udrís, a los neoplatónicos, a los trovadores y a los místicos hay que leerlos situados en un tiempo histórico. Las dificultades patriarcales-tribales, sociales, religiosas, etc. para llegar a la plenitud amorosa; el escamoteo del placer por los votos de castidad, el control social, la intensa religiosidad, los prejuicios sociales y las causas psicológicas y patológicas personales, prohibían y vetaban a esas sensibilidades desbordantes de sensualidad su pleno desarrollo. Ante esa imposibilidad cierta, psíquicamente asumida e interiorizada de culminación amorosa, solamente quedaba una válvula de escape activada a través de una transformación de la psique, de una volición que pusiera en acción el mecanismo de liberación de las servidumbres del cuerpo elevando a los más altos grados de espiritualidad la voluntad, el alma, el espíritu, la psiquis…

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